Música para una banda sonora vital – Nueve semanas y media (Nine 1/2 weeks, Adrian Lyne, 1986)

39 semanas y media

Es la tercera ocasión en la que Joe Cocker aparece por esta sección, un tipo que se ha hecho grande gracias a sus eficaces versiones de canciones de éxito (Bob Marley o Lovin spoonful, entre otros, aunque su mayor mérito reside en haber mejorado a Los Beatles, que ya es decir). Su tema más archiconocido, You can leave your hat on, es de hecho una reinterpretación de un tema de Randy Newman (habitual compositor de cintas animadas de Disney; menudo contraste…) para esta película de Adrian Lyne que lanzó al estrellato sexual a Kim Basinger, le metió la tontería en la cabeza a Mickey Rourke (hasta los extremos actuales, que parece que desayuna neumáticos todos los días) y que, en resumidas cuentas, a pesar de su carga erótica y del morbo que promete, no deja de ser una película profundamente retrógrada y conservadora, por no hablar de que la cosa en su conjunto es bastante más que soft. De ella, con el tiempo, ha quedado una fama inmerecida, una restricción para menores de 18 años, una famosa escena de strip-tease, y un tema para los restos que, además, tiene un valor añadido: permite adivinar cuántos gilipollas sueltos hay en cualquier bar a altas horas de la noche.

Y de propina, más Joe Cocker, esta vez versionando al gran Ray Charles en su fenomenal Unchain my heart. Temazo.

8 comentarios sobre “Música para una banda sonora vital – Nueve semanas y media (Nine 1/2 weeks, Adrian Lyne, 1986)

  1. » Permite adivinar cuántos gilipollas sueltos hay en cualquier bar a altas horas de la noche» Jajajajajajaja….. Has dado en todo el clavo. Coincido al 100%: temazo en un bluff espectacular.

    1. Argggg, no, tú no… Maldición… ¿Resulta aplicable la eximente, o la agravante, de intoxicación etílica? Lo digo por matizar. En caso contrario, te ganarías el calificativo por mérito propio. Resulta penoso ver gente emulando su particular concepto de la sensualidad, bastante patético por otra parte, a según qué horas, en según qué condiciones y entre según qué público. De los espectáculos más vergonzantes que uno tiene oportunidad de ver de vez en cuando. Porque el ridículo nunca pasa de moda.

  2. No sabes cuánto nos reímos la panda y yo cuando fuimos a verla. La edad. Cuando éramos más niños íbamos a un bar muy cutre, todo de madera situado en la periferia de aquella provincia, y el camarero; un tío gordo y la mar de raro (estaba esperando como un loco la era Internet para encerrarse en su cuarto y poder pajearse a gusto), tenía bajo la barra revistar pornográficas, pero nada del otro mundo, solo se veían tetas y poco más, pero a nosotros nos ponía mucho, porque nunca habíamos visto tetas en ninguna parte. Pues bien, aquellas sesiones del visionado revistil (teníamos la obligación de darle una propina al gordo) fueron más eróticas que cuando vimos a esa pareja haciendo el tonto en aquella cocina. Y, bueno, el amigo Cocker. No estaba mal, pero se puso de moda de tal manera que me llegó a cansar. Por aquel tiempo habían Jukebox en todos los bares y siempre sonaba Cocker. Te cuento otra anécdota. La panda y yo solíamos ir a un bar musical los domingos por la mañana y nos encontramos allí a una vieja prostituta la mar de fea (pobrecilla pienso hoy) que se parecía muchísimo a la Carmen de Mairena. Ay, en aquel tiempo éramos muy jovencillos y no entendíamos absolutamente nada, pues bien, estaba allí toda melancólica, triste, fumando y no paraba de introducir monedas en el Jukebox y poniendo obsesivamente el tema de Cocker. Ay, suspiraba, mira que me llega a guztá ezta canzió.
    Cada vez que escucho You Can Leave your hat on, o como se escriba, me viene siempre a la memoria aquella mujer maltratada por la vida; aquella Carmen de Mairena de la provincia; aquella que le dio gustazos a la mayoría de tipos bien de toda la comarca, aquella que no tuvo nunca la oportunidad que le pusieran un cubito de hielo sobre sus enormes tetas. Ya te digo, amigo Alfredo, uno es más memoria de lo que se cree, como el mismísimo cine.

    Abrazos

    1. Pues va a ser eso, amigo Paco. En todo caso, no es la memoria lo que entra en juego cuando algún mamerto nocturno juega a hacer como que se despelota, curda perdido, ante otro igual de trasnochados que él.
      Una anécdota entre feliniana y berlanguiana. El cine, en suma.
      Abrazos

  3. … Ja, ja, ja… si es que hay canciones y melodías que se quedan grabados en la memoria colectiva… y de vez en cuando se quiere vivir el momento Grease, el momento Dirty Dancing, el momento Flash Dance, el momento Nueve semanas y media, el momento Pulp Fiction (… y claro en ciertos momentos no se piensa en qué ridícula o patética parezco, je, je, je… en esos momentos pierdes el sentido del tiempo y del espacio y de la población presente…, ja, ja, ja). ¡También hubo un periodo que me obsesioné con el momento Underground de Kusturica y con el momento Milagro de Candeal…, lo ponían en los bares y cómo me gustaba… vamos se me nublaba la vista… de la alegría!

    Besos
    Hildy

    1. Ah, no, esto es distinto. «Dirty dancing» y «Grease» pueden ser ridículos, que lo son (lo son mucho), «Flash Dance» puede ser a su lado un salto de calidad, y «Pulp Fiction» y el chundachunda trompetero a lo Kusturica o la batucada brasileña pueden ser patéticos, pero aceptables con dos copas de más. El problema, para mi, reside en lo contraproducente de querer aparentar sensualidad, incluso de representar cierto amago, invariablemente cobardica y pacato, de despelotamiento público, desabrochándose botones de la camisa, sacándose el cinturón, quitándose la corbata, etc., etc., mientras suena esta canción y tu cara es de beodo perdido, de borrachuzo o fiestero etílico totalmente contrapuesto a cualquier idea de erotismo o atracción física. Hasta en el patetismo hay clases.
      Besos

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