Adorando al Dios que está presente

Adorando al Dios que está presente

Cuando se trata de conocer y adorar a Dios, me pregunto cuántos de nosotros nos acercamos a Él como si se tratara del protagonista de una biografía. Aprendemos sobre lo que hizo en el pasado, pero no esperamos que irrumpa en el presente. Cantamos sobre Dios, pero realmente no esperamos interactuar con Él. Escuchamos y leemos Su Palabra, pero para muchos no es más que un libro con historias, principios, mandamientos y promesas. Un libro único, desde luego. Pero solo un libro.

La Biblia no es la biografía de una deidad distante, ausente o muerta.

No nos cansaremos de repetir que la Biblia contiene todo lo que necesitamos saber para vivir en santidad. Sin embargo, la presencia y el poder de Dios no están limitados a ella. La Escritura habla de un Dios que es cercano, que está activo, que irrumpe en el presente: un Dios con quien podemos relacionarnos, que es personal, que algunas veces podemos experimentar mental, emocional e incluso físicamente.

Cuando hablo de experimentar a Dios físicamente, no me refiero a temblar, a extrañas coincidencias o a excesos emocionales. Hablo de reconocer y apreciar que Dios está buscando verdaderos adoradores que no solo creen información acerca de Él, sino que además lo conocen como un Dios que está vivo, activo y con nosotros. No es una idea, una filosofía, una construcción social, un sistema político ni un objeto inanimado. Los verdaderos adoradores tienen una relación con Dios que incluye un conocimiento intelectual pero que va más allá. Jesús está vivo y quiere que nosotros lo conozcamos. Personalmente.

Nuestra adoración no es algo que tiene que ver con Dios, sino que Dios mismo está involucrado en ella. No es solo por y para Dios; es la manera en que nos encontramos y relacionamos con Él. Y el que nos permite encontrarnos con Él de la manera que estoy describiendo es Dios mismo, en la persona del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo y la presencia de Dios

Pablo dijo a los filipenses que los creyentes son aquellos “que [adoran] en el Espíritu de Dios y [se glorían] en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la carne” (Fil 3:3, NBLH). Es el Espíritu quien abre nuestros ojos para que veamos nuestro pecado y quien hace que nuestros corazones confíen en el Salvador para recibir el perdón de Dios (Jn 3:5; 16:7-8; Ro 8:15).

Así como no podemos adorar al Padre si no es por medio de Jesucristo, tampoco podemos adorarlo si no es por medio del Espíritu Santo. Tal como lo expresó un autor: “Si los adoradores no dependen conscientemente del Espíritu Santo, su adoración no es verdaderamente cristiana”.

El objetivo primario del Espíritu Santo es glorificar a Jesús al hacernos más semejantes a Él (Jn 15:26; 16:14; 2Co 3:18). Él lleva esto a cabo de diversas formas. El Espíritu nos confirma que somos hijos de Dios y nos muestra lo que Dios nos ha dado gratuitamente (Ro 8:15; 1Co 2:12). Nos consuela en las pruebas, nos ilumina en nuestra confusión y nos capacita para servir a otros, todo para el agrado del Padre y la gloria del Hijo (Hch 9:31; 1Co 12:4; Heb 6:4). De estas formas y de muchas otras el Espíritu aplica el evangelio a nuestras vidas de manera que nos parezcamos más al Salvador que nos redimió y para que conozcamos el amor del Padre.

Otra forma en que el Espíritu nos conforma a la imagen de Cristo es haciéndonos conscientes de Su presencia y poder. J. I. Packer lo explica así:

El Espíritu manifiesta Su presencia personal en y a través del cristiano y de la iglesia del Salvador resucitado y reinante… Él fortalece, capacita, purifica y guía generación tras generación de pecadores a enfrentar la realidad de Dios. Y lo hace para que Cristo sea conocido, amado, honrado y alabado…El ministerio inconfundible, permanente y fundamental del Espíritu Santo bajo el nuevo pacto es… mediar la presencia de Cristo a los creyentes”.

El teólogo Wayne Grudem está de acuerdo cuando afirma que una función principal del Espíritu Santo “en la era del nuevo pacto es manifestar la presencia de Dios, dar evidencias de Su presencia”.

¿Cuán consciente eres de las evidencias de que Dios está presente entre nosotros? ¿Cuántas veces has estado con otros en tu iglesia y te has preguntado si Él estaba allí? ¿Deberíamos esperar alguna evidencia de que Él está allí? De ser así, ¿cuál es esa evidencia? Si los verdaderos adoradores se encuentran con Dios, ¿hay algo que podamos hacer para facilitar u obstaculizar ese encuentro?

Una característica distintiva

Para muchos cristianos, las exhortaciones a buscar la presencia de Dios los deja confundidos, ansiosos o desinteresados. Sin duda, podemos hacer todo lo que hemos hablado en este libro —recibir, exaltar, congregarnos, edificar, cantar— y aún así sentir que Dios está distante o desinteresado.

Sabemos que deberíamos interactuar con Dios, pero no estamos muy seguros de lo que eso significa. Así que simplemente hacemos lo que toca. Es como si el Espíritu Santo fuera un apéndice. Está allí por algo, pero no sabemos bien para qué. Y si fuera posible que se apartara de nosotros, creemos que las cosas no serían muy diferentes.

Por otro lado, algunos creyentes hablan como si el Espíritu fuera su mejor amigo. No solo está con ellos; les habla constantemente. Les dice dónde estacionar su automóvil, qué ordenar para el almuerzo y dónde están los mejores lugares para pescar. Sus vidas están gobernadas por impresiones.

Independientemente de nuestro conocimiento de Dios, Su presencia siempre ha sido una característica distintiva de Su pueblo. Dios caminó con Adán y Eva en el Edén, y habitó con Israel a través del tabernáculo y del templo. Moisés dijo a Dios que era Su presencia lo que los diferenciaría de los demás pueblos de la tierra (Éx 33:14-16). Cerca del final del Antiguo Testamento, Ezequiel profetizó que cuando el templo fuera finalmente restaurado, la ciudad donde estuviera situado sería llamada “el Señor está allí” (Ez 48:35, NBLH). Jesús es Emanuel, “Dios con nosotros”, y ahora habita en nosotros, tanto individual como colectivamente, por Su Espíritu (1Co 3:16; 6:19). Y un día estaremos en la presencia de Dios para siempre (Ap 22:4-5).

Creo que es bíblico decir que lo que nos distingue como pueblo de Dios es la manera como respondemos a Su presencia. Aquellos que le pertenecen valoran y buscan Su presencia. El Salmo 105:4 nos anima: ¡Busquen el poder del Señor! ¡Busquen siempre a Dios!

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Este artículo Adorando al Dios que está presente fue adaptado de una porción del libro Verdaderos adoradores publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

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Páginas 128 a la 132

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