Vanessa Saba habla bajito, con palabras suaves que parecen perdonar al silencio. Esta mañana no se ha puesto el traje de ninguno de sus personajes. Ni ha salpicado siquiera una gota de maquillaje sobre su piel. Esta mañana es ella misma. Una mujer de belleza frágil. El cabello alborotado, la ropa holgada, los pies descalzos acomodándose sobre el sofá. "Mejor yo agarro la grabadora para la entrevista, hablo muy bajito, si no, no me vas a escuchar", se disculpa y comienza a contar su historia, sus proyectos, sus sueños, con la grabadora siempre pegada a los labios.

Son las 11:30 de la mañana, pero Vanessa parece estar a punto de caer dormida. Toda su vida, asegura, ha sido una mujer nocturna, que no puede dormir antes de las 3:00 de la madrugada.

"Gozo de insomnio, no digo que lo padezco porque realmente lo disfruto", revela sin poder contener un largo bostezo. Todos los días, mientras todos duermen, Vanessa lee tranquila a José Saramago, Mario Vargas Llosa o Nicole Krauss. Mira una película, pasea en el parque a sus perros 'schnauzer' Charly y Pinocho, piensa en qué hizo bien o qué hizo mal durante el día, o simplemente enciende su computadora y escribe hasta el amanecer: crónicas, pensamientos, historias.

TRAZOS AL AMANECER. En los últimos años, esas madrugadas en vela sirvieron para dar forma a los primeros guiones de películas que creó junto a su esposo Frank Pérez-Garland: Ella y él, una historia de amor que todavía no tiene fecha de estreno, y La cara del diablo, una cinta de terror ambientada en Tarapoto, que sale en cartelera a partir del 3 de abril. Y próximamente serán las horas ideales para crear su tercera historia cinematográfica.

Pero hay algo más que mantiene en vela a esta actriz de mirada imponente. Desde septiembre estuvo ensayando casi todos los días, hasta las 11:00 de la noche, para el musical Mentiras, un divertidísimo enredo amoroso entre un hombre y cuatro mujeres de personalidades totalmente distintas. Vanessa interpreta a 'Dulce', una esposa tierna y optimista. Y, al igual que el resto del elenco, debió aprender cómo bailar sobre un disco de vinilo gigante que gira sin cesar, cómo cambiarse de vestuario ocho veces sin perder el hilo de la historia y cómo utilizar canciones de los años 80 como parte del guión, con una banda en vivo de fondo.

"Todo requiere de bastante precisión, es una obra muy bien armada y completa. Cuando salgo del teatro me quedo con una adrenalina tremenda, me siento recontra contenta porque cantar me pone de buen humor. Así es todavía más difícil dormir cuando llego a casa", comenta Saba, quien, luego de cuatro agotadores meses de ensayos, estrena hoy la obra en el teatro Peruano Japonés de Jesús María. Fotos: Johanna Valcárcel