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CRUCE DE CAMINOS
Columna
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Maravillada

En mi opinión, este triunfo convierte a Rafa, por derecho propio, en el mejor jugador de la historia

Rafael Nadal, durante la rueda de prensa tras ganar el Open de Australia.Foto: SIMON BAKER (AP)

Somos privilegiados por ver la historia ante nuestros ojos. Rafael Nadal acaba de romper una barrera cuya dificultad siquiera llegamos a imaginar. Los 21 grandes individuales que ha alcanzado en el Abierto de Australia no son una cifra personal o una marca histórica en el tenis, es una de las mayores gestas que jamás ha visto el deporte.

Para hablar de Rafa ya hay que colocarse en términos absolutos: es el mejor competidor que he visto jamás. Desde que empuñé una raqueta en mi infancia he vivido rodeada de deporte, de personas que luchan por superar obstáculos. Pues nunca ha habido una figura que haya mostrado esa capacidad para sobreponerse a los momentos duros, para no venirse abajo cuando las cosas no van bien. En un deporte donde los vaivenes se suceden en apenas segundos, sin apenas margen para el lamento, se necesita de una mentalidad muy especial para no venirse abajo. Jamás vi a ningún deportista sufrir como lo hace él, sin dejarse ir siquiera en un punto.

Rafa es más que un ejemplo o un modelo a seguir, porque lo que es capaz de conseguir trasciende a las habilidades de todos. Su habilidad para mantener en todo momento la actitud más adecuada, una predisposición positiva para afrontar los retos, va más allá de cualquier lógica. Sorprende al que haya practicado un deporte aunque sea en algún momento suelto. Demuestra saber relativizar en décimas de segundo lo que a muchos nos lleva minutos, no desfallece por complicado que parezca el escenario, y eso marca unas diferencias abismales en un deporte como el nuestro.

En mi opinión, este triunfo le convierte por derecho propio en el mejor jugador de la historia. Al menos en este momento, y hasta que se demuestre lo contrario, se ha hecho con la bandera del tenis masculino. Es un trono que ocupa despojándose de etiquetas. Al margen de sus 13 títulos de Roland Garros, quizá algo irrepetible, sus 16 finales grandes fuera de la tierra batida demuestran a las claras lo que es: un competidor que no conoce límite alguno.

Lo de esta quincena ha sido especial, incluso para sus estándares. Tras superar una situación complicada, con muchos meses sin competir, una operación delicada y tras afrontar una infección por covid, tenía todas las de perder. No ya en una final ante uno de los mejores jugadores del mundo, sino en su regreso a la competición. Cualquiera entra al circuito con unas dudas lógicas e inconscientemente, un plazo de adaptación. Pero Nadal no se rige por esas dinámicas. Por contra, sale de Australia habiendo ganado sus 10 partidos y demostrando que siempre es capaz de sorprendernos. Esto tiene un valor especial para quien ha hecho de la excelencia su sello.

La final de Melbourne ha sido todo lo que un competidor puede desear. Un inicio complicado que hubiera tumbado las ilusiones de cualquier solo ha alimentado el espíritu de un luchador eterno. Ha sido un ejemplo de superación, sacrificio y humildad. Se ha reivindicado, una vez más, como un deportista diez de los pies a la cabeza.

Estamos maravillados. Hemos asistido a uno de los grandes hitos que probablemente veremos. Y lo mejor de todo, es que en el fondo somos conscientes de que puede haber más capítulos en este relato.

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