¿Te distraes fácilmente? Piensa como un monje medieval

Concentrarse no era más sencillo en la época previa a la electricidad. De hecho, probablemente tengas mucho en común con los superdistraídos monjes.
Representaciones de monjes.
La búsqueda de la concentración absoluta viene desde épocas antiguas.DeAgostini/Getty Images

Los monjes medievales hubieran sido, en muchos sentidos, los primeros usuarios avanzados de LinkedIn. Ellos sabían cómo concentrarse. Pero también eran serios y hábiles para la autopromoción, les encantaba leer y compartir historias inspiradoras de otros cristianos que demostraban un compromiso con su trabajo. Estaba Sara, quien vivía junto a un río y nunca miró en su dirección, tal era su dedicación a la fe. También Santiago, quien rezó con tanta concentración durante una tormenta de nieve que quedó sepultado y sus vecinos tuvieron que desenterrarlo.

Pero ninguno de aquellos primeros devotos pudo evitar las distracciones como lo hizo Pacomio, un monje del siglo IV quien soportó un desfile de demonios que se transformaban en mujeres desnudas, hacían retumbar las paredes de su morada e intentaban hacerle reír con elaboradas rutinas cómicas, mientras él ni siquiera los miraba. Para los primeros escritores cristianos, este hombre y los de su tipo elevaban los estándares de la concentración, que otros monjes aspiraban a igualar. Estos individuos superconcentrados fueron la personificación durante el primer milenio de las metas de trabajo, la urgencia y la superación personal.


Mujer sentada a la luz directa del sol junto a una ventana mientras trabaja con una computadora portátil.
Hace más de 50 años, ellos probaron el trabajo remoto a tiempo parcial. El modelo impulsado por la pandemia tiene problemas, pero los primeros en adoptarlo creen que pueden solucionarse.

Técnicas de concentración ancestrales

Incluso si no te persiguen los demonios, los monjes medievales pueden enseñarte mucho sobre la distracción. Nuestras preocupaciones actuales respecto a la automotivación y la productividad pueden parecer el resultado de un mundo plagado de tecnologías que desvían tu atención, pero hace más de mil 500 años los clérigos agonizaban por concentrarse de la misma manera. Les inquietaban las exigencias del trabajo y los vínculos sociales, se lamentaban de las distracciones que suponían las nuevas tecnologías y buscaban rutinas inspiradoras que pudieran ayudarles a llevar una vida más productiva. Olvídate de los gurús de Silicon Valley. ¿Podrían ser los primeros monjes cristianos los verdaderos héroes de la productividad que hemos estado buscando todo este tiempo?

Jamie Kreiner piensa que sí. Es historiadora medieval y autora de un nuevo libro titulado The Wandering Mind: What Medieval Monks Tell Us About Distraction (La mente dispersa: lo que los monjes medievales nos dicen sobre la distracción). La obra examina cómo reforzaron su concentración hombres y mujeres que vivieron entre los años 300 y 900. Estas personas tenían una buena razón para obsesionarse con la distracción, comenta,  todo estaba en juego. "A diferencia de los demás, habían dedicado toda su vida, y todo su ser, a intentar concentrarse en Dios. Y como en verdad querían lograrlo y les resultaba tan difícil, acabaron escribiendo sobre la distracción más que los demás".

Una de las principales formas en que los monjes se animaban unos a otros a enfocarse en sus oraciones y estudios era compartiendo relatos de concentración extrema. A veces eran inspiradores, como el de Simeón el Estilita, quien vivía en lo alto de una columna y nunca se distrajo, ni siquiera cuando se le infectó gravemente el pie. Otras veces, las narraciones tenían por objeto mantener la humildad entre los devotos. Un texto en latín del primer milenio, llamado Apophthegmata Patrum, contiene la historia de un monje que tenía gran reputación por su capacidad de concentración, pero que había oído hablar de un tendero de un pueblo cercano que tenía incluso mejores habilidades que él. Cuando fue a visitarlo, se quedó estupefacto al descubrir que la tienda estaba en una zona de la ciudad donde la gente cantaba canciones lascivas sin parar. El monje le preguntó cómo era capaz de concentrarse en medio de una música tan vulgar: “¿qué música?”, le respondió. Estaba tan enfocado que no se había dado cuenta de que alguien cantaba.

Este tipo de historias les recordaban a los monjes lo difícil que era mantener la concentración. No se esperaba de ellos que fueran máquinas en dicha tarea, pues de vez en cuando tampoco lo conseguían. "Reconocerlo de antemano es una forma de compasión", indica Kreiner, "los monjes son muy buenos siendo compasivos con los demás y con lo difícil que es seguir adelante". Liberarse de la distracción es realmente complicado y no tenemos por qué sentirnos mal por no estar siempre a la altura de nuestros elevados objetivos.

Pero la cultura moderna de las prisas no siempre es tan indulgente, menciona Kreiner. En un universo de influencers de autoayuda online, cambiar el mundo depende del individuo. Como dijo la estrella de Love Island, Molly-Mae Hague, en el podcast Diary of a CEO: "te dan una vida y depende de ti lo que hagas con ella".

Pero lo malo de querer cambiar algo en tu vida, es que el mundo real suele interponerse en el camino. Por mucho que intentes aislarte del exterior, este se cuela y arruina tus planes, y eso es igual de cierto hoy como lo era hace un milenio. El monje Frange vivía en soledad en una antigua tumba faraónica cerca de la actual ciudad egipcia de Luxor, pero ni siquiera la vida de un ermitaño estaba exenta de distracciones, pues dejó fragmentos de cerámica que demuestran que estuvo en contacto con más de 70 corresponsales. Recibía peticiones para que bendijera el ganado y a los niños, pedía libros prestados e invitaba a la gente a visitarle. Y también a veces escribía sobre su deseo de que le dejaran en paz.

"Las soluciones de los monjes eran mucho más sensibles al hecho de que somos seres sociales limitados por nuestro entorno y nuestros recursos", explica Kreiner. Al igual que nosotros, se enfrentaban a demandas de tiempo y debían equilibrar la dedicación a su vida interior con las funciones que desempeñaban en sus comunidades. Estos personajes no temían reconocer ambas facetas de su vida. Frange era auténtico, y estoy seguro de que él estaría de acuerdo con esto. Sabía que incluso el trabajo espiritual de alcanzar la máxima atención a veces chocaba con sus otras exigencias, pero también que el ‘mundo real’ no era algo a lo que pudiera darle la espalda. Los ermitaños ostentosos que rehuían toda interacción eran los bocones de las redes sociales de su época, pero no eran los únicos que podían vivir vidas significativas y centradas.


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Las ‘nuevas’ tecnologías de antes

A los primeros devotos cristianos también les encantaba buscar formas de sacar el máximo partido a sus días. Así como hoy nos obsesionamos con las extrañas rutinas de la gente de la tecnología, el teólogo del siglo IV Agustín de Hipona quería saber más sobre los consejos de productividad de los apóstoles. En El trabajo de los monjes, Agustín se preguntaba cómo había dividido el apóstol Pablo su jornada, el cual si lo hubiera dejado por escrito, le habría dado a los religiosos una guía útil que seguir. Otros clérigos escribieron sus propias recomendaciones. La Regla de San Benito, del siglo VI, establecía un estricto plan al que los religiosos debían apegarse, incluyendo consejos sobre cuándo y qué comer, cuánto tiempo trabajar y cómo mantener una rutina durante los viajes.

"Los monjes habrían apreciado mucho cómo los escritores de hoy en día se obsesionan con los horarios de otros de sus colegas", resalta Kreiner. Pero al igual que los grupos de trabajo virtuales, en los que los escritores se controlan entre sí para asegurarse de que todos van por el buen camino, estas rutinas también podían tener un propósito más profundo. “Normalmente, se realizaban con otros monjes. Había una especie de espíritu de equipo y de apoyo mutuo que realmente se fomentarían a través de estas”. Si se aproxima una fecha de entrega difícil, ¿por qué no compartir esa carga con un amigo o un colega que pueda ayudarte a rendir cuentas?

Por supuesto, incluso la mejor rutina puede descarrilarse con las nuevas tecnologías. En el siglo IV, una extraña innovación empezó a provocar recelos e intrigas entre los monjes: los códices. Estos fueron precursores tempranos del libro, que ofrecían una forma más elegante de organizar textos largos en comparación con los pergaminos, que habían sido el método más popular de almacenar escritos hasta entonces. Con sus páginas fáciles de contar y su forma de almohada, algunos monjes temían que el códice les distrajera del contenido de sus páginas.

Pero otros vieron potencial para mejorar su aprendizaje en este avance, pues añadían sus propias glosas en los márgenes de los códices y subrayaban los pasajes importantes para después memorizarlos. "Cuando los críticos modernos de la distracción sugieren que deberíamos leer más libros, deben algo a los esfuerzos de los monjes por hacer de esta tecnología un aliado más eficaz en su propia lucha por concentrarse", escribe Kreiner. Las nuevas tecnologías ofrecen formas de profundizar en nuestro trabajo, pero solo si las usamos de la forma adecuada.

Quizá los monjes no sean los tecnófobos que podríamos imaginar. Hoy, las monjas de TikTok utilizan la plataforma para compartir el interior de sus claustros con el mundo. Kreiner imagina que incluso los primeros devotos cristianos hubieran probado suerte en las redes sociales. San Jerónimo inventó el subtweeting, después de todo. "Era tan crítico que cuando decía algo, los otros monjes se preocupaban por que pudiera hablar de ellos", señala Krieiner. "Siempre tenía algún tipo de queja o discusión con alguien".

En lugar de recurrir a maestros modernos de la productividad como Tim Ferriss, tal vez se pueda obtener algo de sabiduría explorando las vidas de los originales adictos al trabajo. Como nosotros, luchaban contra la duda y buscaban inspiración en las vidas de otros; intercambiaban insultos y se obsesionaban con las mejores rutinas laborales. Pero hasta los monjes más dedicados sabían que la concentración absoluta solo podía durar un momento fugaz. Al fin y al cabo, solo eran humanos.

Artículo originalmente publicado en WIRED UK. Adaptado por Andrei Osornio.