El sonido del silencio

Artículo-El-sonido-del-silencio3.jpg

Hace un tiempo pregunté en mis espacios sociales (Facebook e Instagram): ¿Qué es el silencio? ¿Se puede escuchar?”. Invitaba a responder y a llevar la pregunta a otros. Tomo, ahora, dos de las respuestas más inspiradoras que recibí. 

Flavia Suárez respondió: “El silencio es el espacio para que lo nuevo suceda… sin registros, ni paradigmas…”. Al leerla pude escuchar el silencio de sus pausas, el suspiro leve por el encuentro de una idea. 

El filósofo indio Jiddu Krishnamurti hablaba de la habilidad de la observación sin evaluar, es decir sin juicios, y la consideraba la forma más alta de la inteligencia. La definición de Flavia me llevó al silencio como el espacio en el que esa habilidad surge en nosotros. Tal vez requerimos que nuestros gobernantes tengan una cura de silencio, que se abran a la percepción y a la escucha. 

Ello me recordó que durante muchos años, en los cursos de Liderazgo que di, usé la parábola que W. Cham Ki contaba en la cátedra de Estrategia y dirección internacional en el INSEAD de Fontainebleau, de la que era profesor adjunto.

La parábola habla de un rey de la antigua Corea, que viendo la muerte cercana envía a su hijo al lejano pueblo en el que residía Pan Ku, el hombre más sabio del reino, para que éste le instruyera en el arte del buen gobierno. Ante la perplejidad del príncipe, Pan Ku le envía al bosque, le pide que escuche todos los sonidos y que regrese un año después a contarle lo que ha escuchado.

El príncipe obedece, y transcurrido el plazo regresa y le describe el amplio catálogo de sonidos de aves, ríos, vientos, animales diversos, tormentas. El sabio le escucha y al terminar le dice que todo ello puede escucharlo cualquier otro ciudadano común, que debe volver al bosque y esmerarse en escuchar con más atención.

El príncipe, abrumado por la respuesta, regresa al bosque. Pasado un tiempo retorna y Pan Ku vuelve a preguntarle qué ha escuchado esta vez. Maestro, respondió el príncipe reverentemente, cuando escuché con más atención, pude oír lo que no se oye. El sonido de las flores al abrirse, el sonido del sol calentando la tierra, el sonido de la hierba bebiendo el rocío de la mañana y el propio sonido interior de mi corazón. El maestro asintió con la cabeza, aprobando. Oír lo que no se oye, observó Pan Ku, es una disciplina necesaria para ser un buen gobernante.

El silencio puede ser sonoro si lo escuchamos desde el alma.

Por su parte, Luisa Elena Sucre respondió: “El silencio es el nido fértil donde emerge la conciencia. En ese momento sólo escucho el sonido de esa flor que se abre a un universo de posibilidades”.

Y al leerla sentí que ella pudo haber sido discípula de Pan Ku, porque habla del escuchar más allá de los oídos; porque el sonido de esa flor que se abre sólo puede ser percibido desde la profunda serenidad interior, cuando estamos abiertos y ningún interés nos ata a lo que no sea cierto, cuando estamos preparados para la mayor comprensión, la compasión plena y la posibilidad de entregar nuestra máxima sabiduría, porque hemos llegado a escuchar lo que no se oye, lo que reside en el corazón de las personas y en el misterio de la vida. Si lo esencial es invisible a los ojos, también es insonoro a los oídos.

¿Dónde puede residir esa sabiduría?, me pregunto. Y me respondo que esa profundidad de nuestro silencio interior reside en la quietud de nuestra conciencia y la claridad de sus amaneceres.

Juan Vera1 Comment