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Fito Páez, el incansable hacedor de canciones: Entrevista

Con la edición de EADDA9223, proyectos de cine y literatura, viajes, familia y reconocimientos varios, el artista rosarino transita uno de los momentos más certeros de su carrera.

Es un día cualquiera en un incipiente invierno porteño. El estudio de grabación donde sucederá el encuentro no se parece tanto a una sala de espera sino a una de preembarque, cuando el vuelo está cerca y solo resta el anuncio por altavoz de un avión próximo a despegar.

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A pocos minutos de la hora acordada, con una breve melodía tocada al piano ubicado en el pasillo que oficia de antesala, Fito Páez sigue su instinto y da la bienvenida al viaje. Hace mucho que no habla con un medio gráfico — en este caso Billboard Argentina — y eso que tuvo noticias de sobra para compartir.

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Saluda, se sienta en un sillón que parece ya reclinado cuando aún no se carreteó la pista, y opta por el cambio a una silla tradicional, que lo ubica más erguido. Un comentario de actualidad sobre un artista que él admira y recientes declaraciones acerca de su estilo, lo toma desprevenido y lo entusiasma a empezar una entrevista donde reflexionará sobre su obra, su vida familiar, pero, sobre todo, acerca de las decisiones que forjaron y seguirán trazando su destino.

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El director de cine Wes Anderson se mostró un poco enojado con el uso de su estética en filtros hechos con inteligencia artificial en redes sociales. Que esto suceda tiene que ver con algo muy personal que se detecta en su arte y que lo hace único, lo que no mucha gente consigue. Vos, ¿cuándo empezaste a percibir que había una marca autoral Fito Páez, que había algo perceptible y reconocible en tu obra que te hacía distinto?

¡Qué pregunta…! Nunca me hicieron esa pregunta. No lo sé, pienso ¿no? La labor de uno es tan silenciosa y es tan meticulosa y obsesiva que me puedo acordar de cuando me quería parecer a Charly [García] o cuando me quería parecer a [John] Lennon, que era cuando era muy pibe. Luego está el momento en que empecé a apasionarme con la tarea, naturalmente, sin ninguna imposición de nadie, a pasar horas en el piano, ya sea estudiando en el de chico en el conservatorio con mi primera maestra, la profesora Bustos, o pasando mis horas solo tocando o escuchando mucha música. 

Ahí ya no te importa. Me encantó en un momento una frase muy hermosa que dijo Charly que es: “La música no es de nadie”. Y tiene tanta razón. Es una frase que abre infinidad de significados, pero el más profundo es que los sonidos, las combinaciones, el juego no son de nadie. Por lo que, yendo a tu pregunta, específicamente uno nunca termina de ser uno porque uno también está habitado por muchas voces internas y por todas las influencias que ha recibido a través de la vida. Ya sea del verdulero que te aconsejó aquella tarde en una ciudad desconocida, la música que escuchaste cuando eras chico o, en mi caso, el punto de vista de Gerardo Gandini diciéndome: “Vamos a ver el tritono”. Todo eso te influye, te modifica. Pero yo creo que hay que escaparle siempre a la idea de la apropiación del lenguaje y también a ser dueño del lenguaje. Porque ahí aparecen cosas que no están ligadas, por lo menos a mi espíritu, que es la idea del Olimpo, del bronce, de la estatua, de la leyenda, que me parecen cosas medievales, paleolíticas que, aparte, no forman parte de la cultura del rock. Y, por otro lado, también hay algo en la naturaleza cuando uno se dedica a los humanismos, entre comillas, que a mí me parece una materia importantísima. 

Cuando intentás adentrarte primero en tus sentimientos, cuando sos chiquito, viendo cómo hacés para llegar a imitar a Charly o Lennon o Paul [McCartney] o aquel que tanto te obsesiona, empieza una experiencia que, diría, a todos los que hacemos esto, se nos va la vida ahí. En ese ejercicio de humanismo hay algo que debe estar ligado de manera excluyente al despojo. Si no hay despojo no hay expresión, si hay especulación no hay expresión, si hay una idea política de cooptar la atención de alguien por un efecto publicitario o algún fuego artificial, ahí no hay expresión. Ahí hay otra cosa, tiene otro nombre, pero no se trata de una expresión humana sino que se trata, posiblemente, de algo más ligado a un interés. Las expresiones humanas deben carecer de jerarquías y de interés, entonces, ahí me siento como un niño todavía buceando, buscando rumbo. Y, por supuesto, que la cuenta de SADAIC dice mi nombre y las cuentas de mis contratos también.

Y está claro que uno puede escuchar algo y decir: “Esto es muy Fito”. Hay algo ahí, reconocible, que quizá ni vos sabés qué es pero que es “muy Fito”.

Abriste una puerta hermosa para pensar. Cuando se empiezan a acomodar un poco las cosas, en un momento hago Abre, en el 99, y me encuentro con un manager que en ese momento me dice: “Lo que pasa es que vos te alejaste de la gente”. Me pareció una frase tan fuerte, y tan desde una mercadotecnia berreta, digamos, y es como la frase del final de The Joker que quedaba muy bien en la escena y creo que le dije algo parecido: “Nunca lo entenderías”. La música es un lenguaje que también te permite a vos ir viendo cómo vas viviendo y cómo te vas desarrollando y cómo vas encontrando otras formas de contar. Y, por otro lado, la música es un lenguaje inmenso, infinito, que te permite todas las combinaciones posibles. Entonces puede ser que este disco no tenga tanto contacto con la gente, según vos que se ve que sos el sabedor de cómo vive la gente después de tantos miles de años en el planeta.

Y pensar que la gente es tan homogénea…

Claro, en ese sentido, ¿qué hacemos con [György Sándor] Ligeti?, ¿Qué hacemos con [Robert] Schumann, que hacemos con Gandini? Están más alejados de la gente. Decí mejor que están fuera del negocio y es más fácil. Pero, bueno, aparecen estas especies de profetas del negocio que te van indicando el pulso de si vos estás perteneciendo o no cuando, en realidad, de lo que se trata para nosotros es de estar metidos adentro de una cultura que está en permanente ebullición y movimiento y donde nadie sabe nada. Por eso, contra los algoritmos, contra la búsqueda de la estandarización del lenguaje, estamos los artistas.

Fito Páez
VAL MUSSO/Billboard Argentina

Que no le gusta que lo interrumpan, advierte varias veces antes del encuentro. Y es lógico y es preciso el comentario. Una charla con Fito no admite interrupciones porque sus respuestas no son lineales ni categóricas de inmediato. Tienen, como en su obra, una búsqueda. También ahí está buceando, yendo a las profundidades de su pensamiento cuando se siente interpelado en cuestiones que le interesan. Habla claro, con sus pausas de rigor para tomar aire y seguir la exploración. Por momentos, resulta inevitable no pensar hasta dónde va a llegar con su hilvanado de palabras. Si evaluáramos el mercado, como él refiere, también en su pensamiento estaría, para algunos, alejado de “la gente”.

Por momentos, ese vuelo que despegó hace un rato, resulta como navegar en una pieza de Egberto Gismonti o de Brad Mehldau, que desde una melodía reconocible y familiar — “Paranoid Android” por caso — remonta en un viaje que solo admite que uno lo acompañe, a veces, hasta desconfiando de un regreso al punto de partida, que finalmente sucede.

En Fito ocurre así. Uno reconoce el comienzo de la respuesta, pero sus palabras toman vuelo hasta lugares impensados, en un recorrido tan particular que obliga a sospechar si en algún momento, aunque ya no importe, regresará al interrogante disparador de su elucubración de pensamiento. Y sí, Fito, a sus 60 años, parece nunca dejar de ver el puerto a donde va a amarrar. Y, como de la nada, en algún momento, dice: “Volviendo a tu pregunta”. Y sus respuestas disparan nuevas cuestiones. 

En Infancia y juventud, el libro de memorias que publicaste el año pasado, decís que preferís tener la imagen del temido de la industria antes que la del amigo. ¿Te hiciste esa fama?

Es que es muy fácil hacerte esa fama, es solo decir que no a todo lo que te quieren imponer y a decirle al tipo que llega al estudio liviano de ropas a decirte “para mí acá habría que hacer esto”: “Qué bárbaro, ¿no? Porque yo estoy hace tres años con el disco y no sé qué hacer, y vos ya lo sabés”. Y así han salido de la sala de ensayo y de estudios muchos productores muy exitosos en otras materias (ríe).

O sea, no es solo fama. 

Mi patrimonio, el único que tengo y el que les transmito a mis hijos, es ir con la verdad, con amor y con lo que siento. Entonces, para mí, no es un problema decirle a alguien: “Vos no sabés nada de esto porque ni yo lo conozco todavía, entonces retírate del estudio”. No se me hace un problema, no es ni siquiera un conflicto. Problemas son otros: ¿Cómo hago para modular si empiezo con el bajo en sol sostenido, tengo el do acá, bajo a sol y quiero pasar a un do mayor? Bueno, eso va a ser un problema para mí.

Esos son los inconvenientes que puedo llegar a tener, serios. Lo otro, la verdad, no debería ofrecer ninguna dificultad. Es un problema que uno lo cuenta con humor…

¿Te costó llegar a esa fortaleza?

Tampoco es fortaleza. ¿Viste cuando te dicen “vos que estás en el límite”? Al límite están los tipos que están a cinco mil metros de altura, a ocho mil en el Himalaya, no los tipos que toman droga en una habitación durante cuatro días. Estás al límite si estás en la Primera Guerra Mundial con el chumbo en la mano y te viene la Armada, te viene la de Aviación y te cagan a balazos, ahí sí. Lo que hacemos nosotros… que sé yo… es como cuando te hablan de riesgo. ¡Qué arriesgado!

Con las reversiones de El Amor Después del Amor en EADDA9223 debés haber escuchado mucho la palabra “riesgo”.

(Ríe) Claro, muchísimo. Y vos decís: “Muchachos, riesgo es otra cosa”. Vayan sin salvavidas al medio del mar a nadar, ahí hay peligro. 

OK. EADDA9223 no es riesgo, ¿qué es? 

Es seguir la intuición de tu espíritu. Qué te pide tu espíritu. Me pide esto, y bueno, vamos. ¿Cuál es el problema? En un sentido sería el ejercicio de tu libertad. Y no tenerle miedo.

Que eso trae problemas, es probable. Que estés ocho años en algún momento para hacer una película donde querés contar los efectos de la dictadura militar y que todo el  mundo te diga que no. Hay inconvenientes que aparecen para defender ese espíritu o esa forma o ese sentir.

Uno no sabe, a veces, lo que está haciendo. Yo me siento jugando y me ocupé de que mi vida sea un terreno para jugar y para no creerme nada. Yo todavía estoy criando a mis hijos (Martín y Margarita) y ahí está todo. Lo demás me encanta, la música, escribir, el cine me apasiona, soy obsesivo, hincha pelotas, pero me importa más la salud de mis hijos. Y ahí no hay ninguna posibilidad de establecer, ni siquiera, un sistema de jerarquías. Lo otro, en este punto de mi vida, es un hermoso divertimento que me apasiona muchísimo.

¿Adónde volvés cuando te perdés un poco?

Te perdés todo el tiempo de maneras diferentes, no te perdés siempre igual. En el libro cuento anécdotas muy marginales de mi juventud, de los 80. Ahí estaba un poco perdido, pero rebotando, venía la policía, te llevaban, iba de una casa a la otra… 

Y el rescate parece que muchas veces te vino de afuera, de un amor, de un amigo. ¿Hacia dónde mirás cuando tenés que rescatarte vos, con tus propias herramientas?

En mi caso es muy sencillo, tampoco viene de mí. Yo fui un chico que creció en una casa donde le dieron mucho amor. Me prodigaron amor, es lo único que conocí. Entonces, cuando vinieron los momentos duros ni siquiera tuve que pensarlo. Lo pienso ahora de grande. Mi abuela, mi papá, mi tía abuela, mi tía Charito, mis primos y se terminó. Y todo lo que hice en mi vida fue con eso, nada más. No hay ningún truco. Si no tenés eso es mucho más difícil todo. Pero si lo tenés, la verdad se puede vivir muy bien, ¿eh? 


El camino artístico de Fito fue y es iluminado y vertiginoso. No había alcanzado la mayoría de edad cuando tocaba con Juan Carlos Baglietto en su Rosario natal. Participó de tres de sus discos aportando canciones e ideas de producción. A los 20 fue convocado por Charly García para la gira de Clics Modernos y participó de la grabación de Piano Bar. En paralelo, editó su primer disco solista, Del ́63. A los 23 registró La La La, junto a Luis Alberto Spinetta. No había cumplido 30 años y cantaba un abril del 93 ante dos estadios Vélez repletos, como coronación de su disco bisagra El Amor Después del Amor. “Muerto de miedo”, así describe Fito, 40 años después, ese momento. “Recuerdo que en la transmisión que pasaron en Canal 13 hay una toma antes de entrar donde Fabi (Cantilo) me muestra el lugar y yo miro y me agarro la cabeza y se va todo a negro. Como diciendo: ‘Sáquenme ya de acá’. Obviamente después entrás ahí y fue aquello que pasó esa noche, un momento inolvidable”.

Es que, aunque con mucho vivido, eras muy joven…

Sí, pero para mí nada de lo que hice cuelga medallas. Todo lo hice jugando y por amor a la música y a las palabras y, seguramente, hubo una fuerte pulsión para ser visto y oído porque eso lo tenemos todos cuando somos jóvenes. Pero en esa desesperación también por la búsqueda y el reconocimiento, atrás de eso, está finalmente un chico pidiendo a la mamá. “Mamá, mamá, mamá. ¿Dónde estás?”

Margarita Zulema Ávalos de Páez murió a los 32 años víctima de un cáncer de hígado del que supo ni bien tuvo a su hijo, Rodolfo Páez. El pequeño Fito en ese momento tenía ocho meses. Esa mamá, a la que busca en cada grito silencioso, era concertista de piano y profesora de ciencias, daba clases de álgebra y matemáticas. Su muerte partió al medio a la familia. Rodolfo Páez padre, empleado municipal y melómano, fue quien, junto a su mamá y su tía (abuela y tía abuela de Fito) crió a su hijo, y le dio todo el amor que el músico reconoce como su gran nido y cable a tierra.

Mucho psicoanálisis…

Sííí, mucho.

Y autoanálisis.

Totalmente. Y estar viendo y revolviendo y escuchando, leyendo, viendo pelis, viviendo experiencias. Todo eso te va formando. Cometiendo errores, sobre todo. Lo único que aprecio mucho es el amor que te devuelve un montón de gente a través de los años. Te hablan, te escriben, te cuentan momentos y experiencias que son infinitas y toda esa gratitud te hace también.

¿Cómo convivís con experiencias tan fuertes como chicos que escriben tus palabras en momentos de soledad, en la escuela, o te dicen que tu música los salvó en alguna situación?

Y, medio que lo negás. En cada momento de la vida te pega diferente. Uno, por ejemplo, cuando no tiene hijos no tiene dimensión de esto, y cuando los tenés y ves a una mamá o a un papá en apuros dejás todo y te vas con eso. Entendés el drama, el conflicto, el quilombo, ves cómo se puede arreglar, cómo se puede ayudar o no. Cuando tuviste muchas muertes en tu vida, se está muriendo alguien y estás ahí, dejo todo y hago el video y lo mando. Es entender las prioridades.

Fito Páez
VAL MUSSO/Billboard Argentina

Fito Páez, ferviente hincha de Rosario Central, de chico era de Newell’s, equipo que heredó de la pasión de su padre. En Infancia y juventud, relata con humor el día en que se hizo de Central. Iba con periodicidad a la cancha a ver a la lepra con la familia de un amigo. Tenía la indumentaria de rigor y alentaba al equipo. En un partido entre ambos, Central y Newell’s, a los 90 minutos del segundo tiempo, penal para Newell’s. Cuando Alfaro, el jugador que ejecutaría el penal en el arco rival, tomó carrera para disparar, “se escuchó una voz aguardentosa que surgió de las cavernas de la hinchada centralista. “¡Alfaro, la concha de tu novia!” El jugador erró el penal. Y relata Fito: “Yo estallé en una carcajada interminable”. Nadie lo miró bien y el niño salió del estadio cabizbajo, pero con una duda en ciernes. Años después reflexiona: “Central se fue con un empate de la cancha de su archienemigo y yo con la sospecha de que algo se estaba moviendo en mi interior. Posiblemente ese gesto bárbaro del hincha centralista tuviera más que ver con mi naturaleza. Hasta el último momento, con el último recurso, había que ganarle al enemigo”.

En esa anécdota, es evidente que hay mucho de vos, de tu picardía, de un instinto de supervivencia que te define.

Y el deseo, eso fue reconocer el deseo. Mi padre me hace de Newell’s porque él lo era. Claudio Barberio era mi amiguito de la primaria y con él y su papá íbamos a la cancha, y el equipo perdía y a mí no me gustaba, y no ganaba nunca. Y Central ganaba y ganaba, estaba a tope. Fue por el 73, uno de los mejores equipos que tuvo Central, y entonces fue un poco por esto que me cambié y también porque me fue impuesto. Mi papá me dijo: “Sos de Newell’s”. Pasa eso en todas las familias, y yo vi que a lo mejor no era. Y lo puse en duda desde los 10, 12 años y le insistí a mi padre hasta que sucedió esto que cuento en el libro que fue pedirle que me llevara a ver a Central, y sentí: “Es acá”. Me acuerdo como si fuera hoy, entrando a la cancha, la platea vacía y mi papá que me llevó a regañadientes odiando la situación, por supuesto, y yo diciendo: “Es acá”. Creo que hay algo en las personas, más allá de lo genético que ahora tiene una gran intervención en la vida cultural y se sabe cómo la genética influye en la formación de nuestra psique, pero hay algo propio y es eso lo que me parece que hay que defender.

Ahí es donde siento que no te puedo ceder, porque no quiero ceder, es un poco como el capricho. Para mí esto es más importante que lo otro y lo peleo. Un color, una camiseta, el club de tus amores, finalmente era otro que el que te impuso tu papá.

¿Qué vínculo tenés con el silencio? 

Permanente. Es esencial, diría. En lo que hago yo es casi todo silencio. Una cosa es el show, el ensayo, lo que se armó, la figura pública… pero mi tarea, pueden preguntarle a cualquiera de mi familia cómo es en mi casa. “No lo molesten a papá que está escribiendo, o con la música”. Leí hace poco una cosa de Chico Buarque, con la que no coincido para nada y amo a Chico y es un referente total para mí, pero él decía: “¿Qué es esa tontería de escribir con música de fondo?”. Y Chico ahí reivindicaba la figura del silencio, necesitaba una hiperconcentración. Yo, sin embargo, cuando escribo necesito tener una música de base bajita para poder navegar mejor. Es parte de la disciplina. En esos momentos la música me funciona muy bien y pasa a formar parte del silencio. Como si fuera una máquina que está dando vueltas sola afuera de tu obsesión.

Pero, salvo que tengas esta neura que tengo yo, la música se hace y se escribe en silencio. Y la música está hecha de silencios fundamentales, la distancia entre nota y nota y cómo está tocada e interpretada es todo. “Los silencios se cantan”, decía Roberto Goyeneche.

¿Y con el ocio cómo te llevás? ¿Está subvalorado?

He vivido en el ocio. Mi tarea contra la máquina de producción humana  ha sido durante mucho tiempo tirarme tardes a ver cómo pasa la luz lentamente por la ventana o la pared de la habitación. Es como estar afuera de la producción. Al no tener hijos, en muchos momentos, mi vida fue una vida hedonista, basada en el humor, en cosas delirantes, porque también eso te da la observación. Tenés que tener tiempo para observar, irte a un bar y quedarte ahí toda la noche y ver cómo funciona y participar. Caminé muchísimo toda mi vida. Y ahora hace unos años me tomó una especie de fuerza, una pulsión de expresión y de producción que no paró. Siempre hice discos, giras, siempre estuve en actividad de alguna forma, pero sobre los 50, diría ya hace unos diez años, empezó todo a fluir y a no dejarme tiempo, a seguir y seguir y aparecen ideas y tiro y lo escribo y lo desarrollo y lo produzco y canto y giro y hago discos y me encanta. Es como estar a una velocidad huracán donde, a la vez, no distraigo la crianza de mis hijos y también puedo elaborar vínculos familiares. Pero, así como no me discutía el ocio a los 40, 50, ahora no me discuto la expresión. “¿Tenés ganas de frenar?” No, me encanta. Estoy con la idea de dos películas, con una gira, con la posibilidad de presentar todos los álbumes en un ciclo dentro de dos años, muchas cosas. También elaborando un libro de poemas que lleva 20 años de escritura. Me siento vital y, por supuesto, nada parecido a un trabajo.

Alguna vez dijiste que más adelante te visualizás en un pueblo o ciudad más chica, distendida. ¿Fantaseás con eso?

Sí, fantaseo, porque aparte cada vez más hay una especie de conciencia sobre la naturaleza y el contacto con eso que se me hace fundamental. Cuando uno revé o relee los escritos que tanta emoción le produjeron en la primera madurez, por ejemplo, de Juan L. Ortiz, uno de los escritores más apasionantes de la humanidad, y cómo él narra sus puntos de vista desde la barranca donde vivía en Paraná, sobre el devenir del río, del tiempo, la luz, los niños, los juncos, la luna, su vínculo con la naturaleza y todo de una suavidad, de una tranquilidad tan emocionante que decís: “Bueno, eso es un bicho hombre en contacto con su hábitat”.

Si quitáramos las metrópolis sería eso. Y hay algo ahí que me atrae mucho porque, por otro lado, con mi padre y mi abuela y mi tía abuela vacacionábamos todos juntos en unos pueblitos en Córdoba donde iba la clase media, la clase media baja. Yo tengo mi tierra, diría, aparte de Rosario en Córdoba. La vida de pueblo me vuelve loco. Esperar enero o diciembre para ir al arroyito a poner las patas en el agua, abrir una cerveza y quedarme ahí escuchando el sonido de los pájaros y estar en contacto con eso que es tan hermoso… Aprecio el contacto con las cosas más esenciales y, de alguna forma, lo que intento también cuando escribo o cuando hago música es conectar con eso. Y tampoco reniego de mi vida metropolitana. Yo soy un hombre de metrópolis, de ciudades, pero le estoy muy atento siempre a una vuelta, no sé si a la infancia, o a algún instinto de encuentro más puro con las cosas. Y creo que ahí se debe encontrar parte de lo que llamamos Fito Páez, ¿no?


Aunque no se cuelgue medallas, Fito las tiene y lo sabe. En sus más de 40 años de carrera tuvo múltiples reconocimientos de sus pares, del público, pero también de la industria. Dice que gusta de transitar una especie de invisibilidad pública, que en la mayor parte del tiempo tiene más de pública que de invisible. Así le toca subirse al escenario a tocar, lo que sabe y disfruta, pero también a recibir premios. Con EADDA9223 tuvo dos temas, “El amor después del amor” y “Brillante sobre el mic”, en el Hot 100 de Billboard, además, estuvo nominado varias veces y, ganó el año pasado, tres premios Latin Grammy con su disco Los Años Salvajes, que también estuvo nominado al Grammy.

Frente a esto, Fito reflexiona: “Te dan una palmada en la espalda y te dicen ‘muy bien compañero’. Está muy bien y ya está, es parte de la cultura gringa de los premios que a ellos les encanta y también llegó hasta acá en muchos aspectos”.

Fito se queda pensando. Es que sus respuestas nunca son acabadas y, a veces, aunque él responda rápido y pareciera que nunca se queda sin algo para decir, requieren de un tiempo de formulación. Y así, como si no hubieran pasado 40 minutos de charla, sugiere: “Volvamos a la primera pregunta. No hay medallas acá, no hay premios, lo único que hay es el deseo de una persona en una habitación intentando expresarse. Ahí está el hueso, todo lo que viene después, es el mundo. ¿Por qué te vas a enojar si te dan un premio o si estás en un chart aquí o allá? Forma parte de la cultura donde estamos metidos y yo lo agradezco con mucha gratitud. Forma parte del amor, también, que te tiene una parte de la tribu del mundo y lo tomo de la mejor manera, con alegría y con sonrisa. Y siempre voy y me divierto y digo barbaridades y soy una figurita que les gusta tener, alguien un poquito más picante”. 

“Pero esto es como soy yo”, agrega. “Soy así allí y así soy en mi casa”.

— Por Majo García Moreno

Fito Páez
Fito Páez VAL MUSSO/Billboard Argentina