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Novena del Señor de los Milagros

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Oración para todos los días:
Amadísimo Señor de los Milagros, hasta tu presencia vengo para confiarte nuestros problemas y nuestras dolencias. Con la misma fe de la mujer que se acercó para tocar el borde de tu manto y que fue curada porque creyó, así nosotros nos postramos ante ti y te decimos desde el fondo del alma: “Señor, si quieres puedes curarnos”. Tú sigues obrando maravillas y sanando los enfermos, porque Tú has asumido nuestras debilidades y cargado nuestros sufrimientos. Concédenos, pues, la gracia que hemos venido a implorarte.

Sabemos bien que tu corazón se conmueve al vernos tan afligidos y desorientados, como ovejas que no tienen pastos. Tú eres nuestro buen Pastor, el que ha dado la vida por las ovejas.
Tu victoria en la muerte y en la resurrección es la mejor garantía para nuestra victoria sobre todo lo que tiene a marca del pecado, es decir, el egoísmo, la injusticia, la violencia, el dolor y la muerte.

Que tu Espíritu santificador nos haga partícipes del triunfo sobre el mal t testigos de la novedad en el amor.
Misericordioso Jesús crucificado, te alabamos, te bendecimos y te damos gracias. Que seamos protegidos con tu bendición constante, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Día cuarto

Meditemos: Una noche la indiecita oyó que la caja, dentro de la cual había introducido el Crucifijo, crujía con extraño ruido. Se acercó y comprobó un raro suceso: la imagen estaba creciendo, se dilataba y por eso hacía estallar la caja en la que lo había guardado. Los vecinos, enterados del hecho, reclamaron para la pública veneración esa singular imagen. El Cristo crecía para todos, no únicamente para la afortunada lavandera…

Cuando Jesús vivió entre los hombres, según el Evangelio: “Crecía en cuerpo y en espíritu y tenía la aprobación de Dios y de la gente” (Lucas 2, 52). Y cuando los hombres inicuos pretendieron atajarlo en su crecimiento matándolo y sepultándolo, fue el momento en que creció con más gloria y esplendor por su maravillosa resurrección. “Por eso Dios le dio el más alto honor y el nombre sobre todo nombre”. (Filipenses 2,9).

El crecimiento de la imagen nos pone ante los ojos ese crecimiento glorioso de Jesús y nos recuerda que nosotros, su Iglesia, continuamos esa obra, siendo cada día más hijos de Dios y más hermanos entre nosotros mismos.

Pidamos la gracia que deseamos en esta novena…

Te pido, Señor, por todos aquellos que habiéndose vuelto hacia mí, en busca de amor y comprensión, quedaron paralizados ante la oscuridad que encontraron en mi mirada, llena de egoísmos y soberbia. ¡Permite, Jesús, que de ahora en adelante, tu rostro y tu luz brille a través de nosotros para iluminar a toda la humanidad! Gracias por aquellos que en este día socorren a sus hermanos y hermanas más rechazados y que al hacerlo, te aman a Ti en ellos.
María, Madre del Perpetuo Socorro, alcánzanos con tu oración el regalo maravilloso de que el rostro de Jesús se refleje en todos los que oramos y meditamos con esta novena. Yo sé, que éste también es tu deseo.

Oración final:

Dios Padre misericordioso, tu gloria llena el universo y toda la creación proclama tu sabiduría. Pero has querido hacerte el encontradizo en nuestro camino para demostrarnos tu amor y el deseo que tienes de salvarnos.

Con el pueblo de Israel te encontrabas en la tienda del tabernáculo y, más tarde, en el esplendor del templo de Jerusalén. Y al llegar la plenitud de los tiempos te hiciste totalmente cercano enviándonos a tu Hijo como Redentor. El es el nuevo templo, el lugar de encuentro entre lo humano y lo divino.
Hemos venido hasta este sitio para responder a la invitación que tu Hijo nos ha hecho:
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré de sus cargas. Porque sólo Él es la palabra de vida eterna y sólo El puede dar respuesta a las preguntas angustiosas de la existencia.

Padre de bondad, concédenos la gracia de que esta visita sea para nosotros fuente de gozo y de vida nueva. Que encontremos alguien que nos diga: En el nombre de Jesucristo, levántate y anda y nos podamos alzar de nuestra opresión y de nuestras tristezas. Y entremos en tu templo alabando tu ternura para con los humildes.
Envíanos la fuerza de tu Espíritu para renovarnos interiormente con tu perdón y ser como piedras vivas del templo de tu Iglesia. María, madre de Jesús y madre nuestra, acompáñanos en nuestra oración. Amén.




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