Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Verdad y mentira

La verdad y la mentira no son meras opiniones. Apelan a lo más íntimo de cada ser humano

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verdad mentira / INGIMAGE

La palabra nos llama, nos convoca. Leía, aprovechando estos días de julio, ya con el calor asomando a la ventana de casa, un libro de Wendell Berry titulado El arte de cuidar la casa común (Ed. Nuevo Inicio, 2019). Un pasaje me ha llamado especialmente la atención. Dice así: "No creo que se valore suficientemente hasta qué punto la Biblia es un libro "de puertas afuera". Es un "libro sin techo", como decía Thoreau, un libro desde el que se ve el cielo. Se lee y se entiende mejor al aire libre, y cuanto más al aire libre, mejor. O, al menos, esa ha sido mi experiencia. Pasajes que entre tabiques parecen improbables o increíbles, al aire libre se nos antojan simplemente naturales. Y es así porque al aire libre nos vemos rodeados por todas partes de maravillas; vemos que lo milagroso no es lo extraordinario, sino el modo normal de la existencia. Es nuestro pan de cada día. Quien haya contemplado de verdad los lirios del campo o las aves del cielo, y haya ponderado lo inverosímil que es su existencia en este mundo cálido dentro de las frías y vacías distancias estelares, difícilmente se cuestionará la conversión del agua en vino, que fue, después de todo, un milagro muy pequeño. Se nos olvida el milagro mucho más grande y que sigue todavía, mediante el cual el agua (con tierra y con sol) se convierte en uvas".

El lenguaje de Berry nos puede parecer hoy particularmente extraño, pero sólo hasta cierto punto. Para los antiguos romanos, la vinculación entre la escritura y el cultivo de la tierra; entre la cultura, el culto ritual y la lectura resultaba evidente. Muchas de estas palabras (culto, cultura, agricultura) comparten en latín una misma etimología, como también sucede con el campo léxico que asocia los vocablos página, pago, país o paz. En la lengua latina, la palabra página remite a la disposición de las letras en la hoja de papel, a la maquetación, a la tipografía. El pago es la tierra ganada a la naturaleza y hecha productiva gracias al trabajo de los hombres. Un territorio se convierte en un país cuando se somete a un orden justo por medio de sus normas y de sus instituciones. Y ese gobierno de la ley es el que garantiza, en última instancia, la paz.

Estos vínculos no son casuales: nos hablan de la importancia del cuidado y del valor polisémico del lenguaje. Por un lado, las palabras fundan la humanidad –nos humanizan–, crean y abren horizontes, nos llaman a lo más alto y nos impulsan a dar fruto y, por otro, propician las relaciones, nos permiten hacer promesas, nos ordenan personal y socialmente. Dicho de otro modo, el valor de la palabra es su capacidad para orientarnos "de puertas afuera", hacia lo hermoso y verdadero. Es como si nos paginase interiormente, nos dotase de una estructura y de un orden, nos ligase desde la memoria con el pasado y con el futuro.

La palabra es importante. Su cuidado también. Se diría que la creación y las normas, lo sublime y la confianza, la verdad y la belleza dependen de la justa medida, de su proporción y de su riqueza; en el fondo, del valor que le concedemos. Verdad y mentira no son meras opiniones. Apelan a la confianza en los demás y a lo más íntimo de cada ser humano.