• Este es el resumen de cinco días de charlas entre Camilo Sesto y Óscar García Bielsa
    • Camilo Sesto pudo presumir de muchas cosas, entre ellas de traer a España el primer musical: Jesucristo Superstar
    • Apenas un año después de esta entrevista, Camilo Sesto falleció a los 72 años por un fallo renal

Apretaba con insistencia el sol de aquel mes de julio de 2018 en el que pasé algunas semanas cerca de Camilo Sesto para rodar el documental Vivir así que tuve el privilegio de dirigir con Dadá Films, y que acompañaría el que, a la postre, sería su último trabajo discográfico, Camilo sinfónico. Vestido con una elegante chaqueta azul eléctrico y blanquísima camisa de cuello mao, muy despacio y con una notable cojera, uno a uno Camilo bajó los escalones de su casa hacia el jardín. En aquellas charlas que tuvieron lugar durante cinco días hablamos mucho de música (algo que abría de par en par sus magnéticos ojos de intenso color azul). Le gustaba hablar de guitarras, de la forma de componer la canción perfecta, de melodía y armonía, de musas y de inspiración, porque, por encima de todo, Camilo Sesto era un compositor excepcional que amaba la música por encima de todas las cosas.

En la casa de Torrelodones, el lugar donde en algún momento de los años 70 Camilo Sesto decidió establecerse, el tiempo vivía detenido. Los muebles que rodeaban la piscina, las sillas y hamacas de mimbre, la cubierta de lona sobre los sofás del porche, las macetas de cemento, incluso los enormes árboles y el recién segado césped pertenecían a otra época, un escenario a medio camino entre la decadencia romántica y el puro desuso. Todo estaba en su sitio, todo perfectamente ordenado en un enclave singular e inmóvil.

Camilo me observa durante un buen rato. Una vez completada la revisión de su entrevistador, se acomoda en la silla frente a mí. Impaciente, juguetea con los anillos de sus finos y larguísimos dedos y ataca frontalmente: “Y, entonces, ¿qué?”, me pregunta tímido y curioso a la vez.

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RP
“En la casa de Torrelodones, el lugar donde en algún momento de los años 70 Camilo Sesto decidió establecerse, el tiempo vivía detenido”.

Cantante con carnet

Camilo Sesto nació como Camilo Blanes Cortés en una familia humilde de Alcoy (Alicante) un 16 de septiembre de 1946. “Estuve muy enfermo con tres años”, recuerda sorprendido, “con la mortaja preparada y todo. Hasta que una amiga de mi madre le dijo: ‘Dale una lavativa’. Y salí adelante”.

Camilo ya fue estrella desde el colegio. El coro de la escuela fue su primer escenario. Sabiendo que le robaría tiempo de recreo, el día de las pruebas de aptitud hizo deliberadamente una mala audición frente a los curas. “Mis manos eran incapaces de sufrir aquello” [empieza a cantar escalas desafinadas y simula cómo le pegaban en las manos con una vara]. “Cuanto más las quitabas, peor. Así hasta que cantara bien”. Se encoge de hombros, consciente de su talento innato. “Y, claro, después de la prueba los curas me hicieron solista del coro del colegio”.

En Alcoy le llamó el pop. “Tenía un amigo, Remigio, un tío empeñado en hacer un dúo, e hicimos el dúo Carem, Camilo y Remigio”, aclara. A pesar de ser seguidor de Joselito, no fue hasta cumplidos los 16 cuando formó el grupo Los Dayson y se fogueó en bodas, bautizos y comuniones de la zona: “En toda la comarca no hay pueblo, casa particular o aldea en la que no haya estado yo”. El cantante echa la vista atrás hasta sus primeras grabaciones en el pueblo: “En la radio de Alcoy hicimos nuestras primeras grabaciones en directo, con el señor Emilio. Allí grabábamos las canciones de arriba abajo. Si alguien fallaba, había que empezar de nuevo. Así que nunca fallaba”, sentencia categórico. Tras un viaje a Madrid para participar en el concurso de Televisión Española Salto a la fama, Camilo ya no volvería: “Todo el grupo tuvo que regresar menos yo. ‘Yo no vuelvo a casa con el rabo entre las piernas’, me dije. A mi padre le dio igual, pero a mi madre no. Decía todo el rato: ‘Lo perderemos, lo perderemos’, pero yo quería la emancipación”.

Cuando me senté a hablar con Camilo le insistí en que solo estaba interesado en hablar con él de música, de la canción perfecta, de cómo un muchacho de pueblo había logrado conquistar el planeta armado de unas letras exquisitas, melodías memorables y una voz prodigiosa. “¡Ah! Si es de música tengo mucho que contar”, responde feliz. Se relaja y nos enfrascamos en una larga conversación. Entonces, con sus manos, delinea en el aire acordes de guitarra imaginarios, y confiesa que todo lo escribía en su cabeza para luego trasladarlo al instrumento.

A la pregunta de cómo escribía sus canciones, Camilo es muy directo: “Primero la melodía, y después las palabras. Que no le sobre ni le falte nada a la frase. Con sus puntos y sus comas, y las pausas y los acentos... todo en su sitio. Nada de meter frases de esas como ‘Un perró que me ladrá’. ¡No! Se dice ‘Un perro que me ladra’. Tiene que entrar todo como Dios manda”.

“En Madrid vi a los Beatles. Ellos me marcaron. Paul McCartney ha sido siempre mi director espiritual. Con ellos dejamos de cantar en bodas y empezamos a tocar otro tipo de canciones, otro estilo, otra manera de ver la música”. Camilo recuerda entonces una anécdota con una vidente mexicana. “Una vez, en México, me entró una señora gitana, muy insistente ella. Me dijo: ‘Tú tienes un hermano espiritual y se llama Paul McCartney’. No sé si sería verdad. La señora no sabía quién era yo ni a qué me dedicaba, pero me hizo ilusión”.

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Camilo Sesto

El rey de Ariola

Camilo sería protagonista de la película de Pedro Masó Los chicos del preu (1967), junto a Karina. “Yo no pensaba hacer nada en el cine, pero Varela, el batería, me dijo: ‘¿Por que no te vienes a un sitio?’. Total, que yo no tenía nada que hacer, así que fui. Y al entrar, el señor Pedro Masó dice: ‘¡Es él, es él!’, y yo mirando a todos lados sin saber a quién se refería. ¡Y era a mí a quien querían para el papel! Gané dieciséis mil pelas por un papel protagonista. ¡Dieciséis mil pelas por un papel protagonista!”.

Antes de poder vivir de la música, Camilo Sesto pintaba para poder comer. “La pintura me ayudó para vivir al principio, cuando la música no me daba lo suficiente. Me encerraba en un sótano de La Elipa, sin saber si era de día o de noche, a pintar y a pintar para comer. Eran cuadros comerciales, claro”, precisa, “pero tenía que vivir de algo”. Fueron unos duros comienzos: “No llegué a pasar hambre cuando pintaba... pero miraba mucho los escaparates de los ultramarinos. Nos quedábamos allí mirando los jamones colgados”.

Aparte de pintar, el joven Camilo por entonces también se ganaba la vida haciendo voces a los grandes artistas de la época: “A Juan Pardo, a Marisol, a Cristina de Los Stop, a Luis Gardey, a Mochi... El Borriquito, de Peret, lo hice yo...”. Camilo se anima, me señala y canta: “Como tú... tururú. ”

Camilo es además historia de una compañía de discos española emblemática: “Yo soy el fundador de Ariola”, asiente con la cabeza. “El primer artista fui yo; luego ya llegaron todos los demás. Mi primer sencillo con el sello se titulaba Sin dirección. Pero sin dirección estuve un tiempo muy corto, no demasiado. Luego cogí las riendas de mi carrera y lleve adelante todo lo mío”.

De repente, en 1970 la canción Algo de mí, el primer éxito de su puño y letra, le consagró como autor de primer nivel. “El éxito fue inesperado total. En Ariola pensaban lanzarme como lo que era, un cantante de rock, pero entre esas canciones de rock estaba Algo de mí. La lanzaron como de paso, y de paso se quedó. Empezó poco a poco, llegó al nueve en las listas de ventas, y luego al tres y luego al uno... y se quedó allí año y medio. Y no solamente aquí. En toda Latinoamérica funcionó a la primera”.

Artistas de usar y tirar

Algo de mí desató la histeria. Si en los 60 fueron grupos como el Dúo Dinámico, Los Brincos o Raphael los que habían seducido al público adolescente, en la década siguiente Camilo se convirtió en puente entre la canción ligera y los solistas pop, esos mismos que poco después saltarían a los pósteres gigantes de Súper Pop y que solo tuvieron que actualizar el modelo creado por Camilo Sesto. Los Pecos, Leif Garrett o Miguel Bosé heredarían la eficacia del fenómeno fan inventado por el alicantino.

A diferencia de otros territorios con gran arraigo artístico, donde sus ídolos son poco menos que divinidades inmortales, España es olvidadiza e ingrata con sus estrellas. Capaz de despachar 13 millones de álbumes al año durante buena parte de los años 70, el cantante tuvo que combatir contra un ejército de prejuicios. “En España no tratamos a los artistas como lo que son. ¿Uno no funciona? Fuera. ¿Otro no? Fuera. ¿Otro?... Nadie piensa en el potencial que tienen, en cuidarlos. Si un disco no funciona, se busca a otro”. Eso sí, para él cualquier tiempo pasado fue mejor: “Antes se cuidaba más a los artistas. Hoy en día levantas una loseta y salen veinte mil de OT ”. Camilo es sincero y directo con la industria musical actual: “No me llama la atención la música ni la industria. Tratan todo como productos, deprisa y corriendo, como churros mal hechos, y ese es el caso que les hacen. Hoy es un éxito y mañana ya no se acuerda nadie. Porque ¿tú entiendes algo de las letras que se cantan ahora?”.

Desde un país como España, acostumbrado a maltratar al triunfador, el cantante tuvo un reconocimiento mucho más efusivo en América, donde su figura es leyenda. Legítimamente, fue quien asentó de manera definitiva aquello tan español de “hacer las Américas”. Su desembarco internacional abriría el camino a muchos otros artistas que vendrían después, y que verían en América nuevos horizontes artísticos. “Allí eres estrella para siempre. No importa que el artista se haga mayor. Si está mal físicamente lo siguen cuidando. Aquí, si cumples un día más del que te toca, van a por ti. Si te caes... aquí te rematan. En América no triunfa cualquiera. A veces escuchaba: ‘Ha triunfado no sé quién’... ¿Y yo dónde estaba que no lo vi, que no me di cuenta?” [se ríe con sorna].

En 1973 y a pesar de no ganar, su canción Algo más arrasó en el festival de la OTI y se convirtió en un estándar. “No tengo buenos recuerdos de la OTI. ¿Quién sabe más de lo que pasa en una ciudad que los taxistas? Pues cuando llegamos, los taxistas brasileños de Belo Horizonte, que ni es bello ni tiene horizonte [puntualiza], no tenían ni idea del festival. Media hora antes de empezar no estaba ni montado, no había instrumentos, ni luces, ni estaba puesta la moqueta... nada de nada. De haber ganado, no hubiera recogido el premio... porque yo ya no estaba allí. Me marché nada más terminar de cantar. No creía en los festivales... y sigo sin creer. Está todo amañado” [risas].

camilo sesto
Pedro Antonio Martínez Para / H
Jesucristo Superstar fue el primer musical que llegó a España, y lo trajo Camilo con su dinero. Su interpretación fue tan bestial que el compositor, Andrew Lloyd Webber, dijo que era la mejor del mundo. Nada que envidiar a Ian Gillan (el primero que lo interpretó) y Ted Neeley (protagonista en la película).

Afeitar a Jesucristo

Camilo seguiría siempre en la brecha, pero fue su hazaña con Jesucristo Superstar la que lo consagró definitivamente como artista universal. Triunfó en el papel de Jesucristo, y su voz, indiscutible y de gran variedad de registros, brilló con luz propia en el delicado inicio de Getsemaní. Si existe un pionero en España en el género musical, ese fue sin duda Camilo Sesto. El compositor de la música, Andrew Lloyd Webber, reconoció que la única producción de todas las realizadas a lo largo del mundo equiparable a la original fue la española.

Jesucristo Superstar lo enfrentó a la censura y al desdén de quienes consideraban que el protagonista no daba la talla para protagonizar a un Jesucristo con piel de rock. Entonces, pocos dedicaron tiempo a conocer las raíces musicales de Camilo, quien en el arranque de su carrera había abrazado el rock & roll. “Muchos heavies han venido directamente para decirme: ‘Eres nuestro ídolo’. ¿Por qué no se puede cantar Algo de mí y después Getsemaní? ¡Que no hay ni dios que la cante!”, aclara eufórico. “Los que podían por arriba, no podían por abajo; los que podían por abajo, no podían por arriba. La tesitura es amplísima, y no solo me pasa con Getsemaní. A Jamás [la canta] le pasa igual: los que no pueden cantarla por arriba que se las arreglen como puedan” [risas].

En Jesucristo Superstar apostó su dinero como empresario ante la incredulidad general: “Antes no había ni espónsores, ni patrocinios ni nada. Todo lo saqué de mi bolsillo, y aun así tuve detractores”. Hizo de la obra un éxito colosal y demostró que no solo sabía cantar, sino que era un artista intuitivo. “Después de Jesucristo Superstar la gente empezó a pensar en mí de otra manera”, asevera orgulloso. “Esto”, dice mientras sostiene un vinilo de Jesucristo Superstar, “no era música de temporada: es música para toda la vida. Cuando presenté el proyecto me llamaron loco. ‘¿Cómo se va a meter en esta historia? Pero si es un cantante moderno, un guapito’. Si yo digo que puedo, puedo. Un margen de confianza. Y este fue el resultado [señala el disco]. Y hasta hoy no ha sido superado”, sentencia.

Camilo viaja en el tiempo hasta los días del estreno del musical. “Hacíamos dos pases. Hubo un día que canté tres veces, ¡y eso que tenia dos sustitutos!”, recuerda presumido, “pero los pobres se quedaron sin cantar”. Durante las semanas que duró la representación, vivió momentos memorables: “Me asustaba cuando venía gente con una niña o un niño en una silla de ruedas. No querían un beso o un autógrafo. Solo me pedían: ‘Tóquela usted, tóquela’. Y yo les decía: ‘Si la toco y se levanta, la silla para mí’” [se emociona].

Jesucristo Superstar lo convirtió en la estrella más grande del país. “Antes de la obra la barba no me salía, así que me afeitaba tres y cuatro veces al día, hasta que por fin salió. Una vez terminada la función, Gillette me pidió que me afeitara la barba para una subasta y recaudar dinero para causas benéficas. Si se puede ayudar, pues se ayuda”. Como bien recordaba, aquella obra cambió definitivamente la percepción generalizada que tenían del músico: “Me permitió después hacer lo que quise”.

“Cuando terminé el primer disco, Juan Pardo me preguntó: ‘¿Quién te va a producir ahora?’. ‘¡Yo!’, le dije. ‘¿Tú?’, ‘Claro’. Yo componía, escribía, producía, interpretaba, hacía coros... Lo hacía todo”. El Camilo músico es, para muchos, un completo desconocido. “¿Por qué? ¿Camilo Blanes quién es?”, se preguntó a sí mismo. “Pues el padre de la criatura. He sido un privilegiado. Han pasado los años y mis fans siempre han estado ahí. Yo soy uno más, solo que canto... y ya está”.

Le pregunto si cree que es difícil imitar a Camilo Sesto. “Es muy difícil... no me imito ni yo” [risas]. “A veces me preguntan: ‘¿Qué vas a hacer hoy?’, y yo digo: ‘No lo sé’. Yo salgo, canto y sale como tiene que salir. Tengo muchos imitadores, y muchos lo hacen muy bien... Aunque les falta tener los ojos azules, el carisma y creérselo. Nadie se lo cree. Si no te lo crees tú, ¿a quién vas a convencer?”.

The Sinatra of Spain

Durante aquellos días en Torrelodones viví descubrimientos sensacionales. En algún momento, invitado por el servicio doméstico, viajé hasta la planta baja de la casa, un enorme sótano repleto de muebles amontonados donde hacía mucho tiempo que no pisaba nadie. Entre el mobiliario, tapado con sabanas blancas, aparecieron varios flycases de las giras de los años 80. De su interior emergieron decenas de premios, discos de oro, gaviotas de Viña del Mar, diplomas de los Grammy... Una fortuna en forma de reconocimientos a los que Camilo Sesto apenas prestó atención en vida. “La fama no sirve para nada si no sabes manejarla. Tú siempre serás el mismo cantes o no cantes. La fama es efímera”, dice. En el mismo sótano, semiescondida, una sauna sueca de madera con la puerta entreabierta nos llamó la atención. Asomamos la cabeza y hallamos un tesoro: películas de cine y multipistas de muchos de los álbumes de Camilo. ¡Outtakes de su obra apilados en una sauna! Me permitieron revelar una lata de metal con un filme de 16 milímetros que solo decía: “NASA”. Nueve minutos de metraje inédito. Un milagro escondido en un sudadero. Camilo Sesto en estado puro. Días después hablamos sobre esa memorable grabación y Camilo sonrió: “Eso fue idea de Valerio Lazarov. ¿A quién si no se le iba a ocurrir una cosa así? Bueno, por lo menos así la gente sabe lo que es la NASA”.

Con Camilo abordé la génesis de Vivir así es morir de amor, canción obligada en el repertorio de karaokes, bodas o cualquier otra celebración popular. Apabullante, desmedida y apoteósica desde los primeros compases, es un tema que habla de desamor, donde, cambiando la narrativa tradicional, por primera vez un intérprete se proclamaba ganador incluso habiendo perdido a la persona amada. Camilo Sesto logra revestir de tintes heroicos el corazón roto del protagonista, una canción que inevitablemente eleva el estado de ánimo, incluso en situaciones miserables. “¿Sabes cuántos años tiene Vivir así es morir de amor?”, pregunta. “Es de 1978 y sigue funcionando igual. La pones mañana en una fiesta y la gente se vuelve loca. Creo que la gente está harta de todo y de verdad ‘no puede mas’. Con esa canción se desahogan”.

El cantante me habla de su colaboración con Harry Maslin [productor de los esenciales Young Americans y Station to Station, ambos de David Bowie], una pirueta artística audaz y valiente. “De Bowie me fascinaba su capacidad de cambiar de piel. Era como una serpiente. Pasaba de ser un gallo con esos pelos al Gatsby mejor vestido del panorama. Tenía un ojo como yo, azul, y el otro verde. Le llamaban Pretty Thing, y le gustaban las cosas bonitas, como a mí”.

Mientras el sol nos ofrece un descanso, recordamos sus triunfos más sonados, como cuando fue capaz de arrasar en el Madison Square Garden delante de 45.000 espectadores (“The Sinatra of Spain”, anunciaba el cartel): “En Nueva York cuando actué en el Madison, llego y veo el cartel de The Sinatra of Spain, yo pienso: ‘Madre mía, en que lío nos hemos metido’. Lo bueno es que después de verme, cuando salió la gente, seguían pensando lo mismo”, recuerda. Después y a raíz de su extraordinario éxito en el Show de Grace Kennedy de la BBC inglesa, empezó a recibir el sobrenombre de Camilo Sesto Superstar. Actuó en Nueva York, Chicago, en Japón... “He dado mil vueltas al mundo. En Japón no querían que cantara en inglés, solo en español. Daban clases a los niños pequeños en español con mis canciones. Las clases de inglés con las canciones de Sinatra, y en español con las de Camilo”, sentencia con profundo orgullo.

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Camilo Sesto

En su etapa más crepuscular, no escondía reflexiones vitales. “A los que amen la música, que lo demuestren. Lo primero que hay que hacer en la vida, hagas lo que hagas, es amar lo que haces. Seas lo que seas, ama lo que haces”. El Camilo más reflexivo observa entonces con tristeza el paso del tiempo: “Yo me asusto. ¿Cómo me ha dado tiempo a todo esto? Recoger los premios, hacer las entrevistas, dar los conciertos, cruzar el Atlántico...”. Entonces, profundamente emocionado, comienza a llorar. Sobre sus decenas de vueltas al mundo, el cantante, apenado, prosigue y comparte una experiencia habitual en tantos otros artistas de éxito. “Lo cierto es que hay sitios que conozco de oídas. ¿Me dicen Chicago?... Conozco el aeropuerto, el camerino y dos cosas más... pero no conozco Chicago... Pero, en fin, he estado allí, y encima fui nevando”, apostilla entre lágrimas. El cambio en el ritmo vertiginoso llegó en 1983, tras el nacimiento de su hijo Camilo Michel, por el que decidió retirarse de los escenarios por una temporada.

En el barro de la telebasura

A principios de los 90 regresó, pero ya no fue lo mismo. La falta de interés de los medios (y del público) por los artistas melódicos tradicionales lo apartó de los espacios dedicados a los artistas de éxito y lo arrinconaron en espacios casposos donde su figura fue aniquilada. Camilo se acercó a personajes dañinos para su imagen como Jesús Mariñas, Alfonso Arús o Javier Cárdenas, quienes dilapidaron su figura de cantante de éxito fraguada durante los años 70. A ojos de una nueva generación, se convirtió en un personaje grotesco entre la fauna de la recién creada telebasura, un golpe mortal a su carrera del que apenas se pudo recuperar. “España cambió mucho. La televisión, los programas que había, todo cambió mucho. Y, bueno, teníamos que hacerlos. Y tuve que tragar y pasar por cosas tipo Tómbola”. Camilo da un nuevo trago a su vaso de agua y continúa. “En general creo que la prensa me ha tratado muy bien... He sido un privilegiado. ¿Un disco número uno? Vale. ¿Dos? A por él. ¿Tres? A matarlo. Después de cincuenta y pico números uno, bastante bien me han tratado” [ríe con resignación]. En un alegato final, Camilo confiesa su amor por el oficio: “Estoy orgulloso de todo lo que he conseguido. No me arrepiento de nada. Todo lo he hecho a conciencia, con una entrega absoluta, tanto si era en disco como en concierto. Me daba igual si era Alpedrete o Nueva York”.

Aburrido de grabar canciones nuevas, desde mediados de los 90 prefirió quedarse en casa tranquilo. “Pues he acertado, viendo el panorama cómo estaba. Me dije: ‘Tú aquí no tienes nada que hacer’. Y cantar por cantar pues no, no se trata de eso. Así que se acabó y se acabó”. Permanece en silencio unos segundos y puntualiza: “Sin embargo la gente no dijo ‘se acabó’. Al contrario. Vivir así es morir de amor ha sonado más ahora que en las primeras versiones que hice. No me he ido nunca. Siempre he estado aquí”.

Camilo estaba profundamente orgulloso del resultado de su disco sinfónico. Durante las jornadas de ensayos con la Orquesta de RTVE, mientras la orquesta tocaba Amor, amar, se adentró sigiloso en la enorme sala. Muy despacio, disimulando titánicamente su dolor al caminar, llegó hasta el púlpito del director. Desde allí, se dispuso a escuchar a la orquesta emocionado, pero la orquesta se detuvo de inmediato. Uno a uno, los músicos se levantaron y brindaron un atronador aplauso al creador. Él rompió a llorar agradecido.

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Esquire

La última vez que me despedí de Camilo, lo abracé de manera delicada. Extremadamente delgado, su cuerpo era ya muy frágil, como de porcelana. Cariñoso y atento, recibía los abrazos como un escudo protector, la coraza defensiva de una figura cansada. En el Florida Retiro de Madrid, y durante la presentación del Sinfónico, apareció con un esmoquin. Notablemente desmejorado, le dije lo increíblemente elegante que estaba. Ante mi comentario cortés sonrió, y manteniendo su coquetería hasta el último momento, me dijo: “¿Sabes? Es mío, ¡y tiene mil años! Y mira, me lo probé esta mañana y me queda perfecto”.

En septiembre de 2019, Camilo se rompió definitivamente. Falleció a los 72 años en el Hospital Universitario de Pozuelo de Alarcón por un fallo renal. Como me dijo en Torrelodones aquel soleado y caluroso verano de 2018, “llevo cantando desde que vine al mundo. Desde pequeñito, cuando hacíamos excursiones al campo, me decían: ‘Que cante Camilo, que cante Camilín’. ¿Sabes? Quiero terminar con broche de oro, con fuegos artificiales, como buen valenciano que soy”. Y lo logró.

*Este artículo aparece publicado en el número de octubre 2020 de la revista Esquire

la portada de la revista esquire españa de noviembre 2020
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