Si te dijera que para experimentar la mayor felicidad y plenitud de tu vida para siempre lo único que tienes que hacer es morir, ¿Me creerías? Y luego ¿Lo harías? En realidad, esto es verdad, no me refiero a que literalmente caves una tumba y dejes de respirar, sino que tengas la capacidad de morir a tus malas costumbres y a tu vieja naturaleza que te lleva a pecar, esto es a lo que el Señor se refería en Mateo 16:25. En la emoción del momento es fácil decir que queremos seguir al Señor, todos queremos sus bendiciones, pero no todos están dispuestos a pagar el precio de seguirlo. Y no es porque el precio sea muy alto, es más, el ya pago el precio de tu salvación; pero la decisión de entrar en nuestra, esa decisión es un sacrificio diario de morir a nuestras propias pasiones (Lucas 9:23) esto es a lo que el Señor le llamaba tomar la cruz. Cuando el Señor explicaba esto, lo decía en este orden “niéguese a si mismo” luego “tome su cruz” y finalmente “sígame” (Mateo 16:24 / Marcos 8:34) y esto es porque primero debemos morir a nuestro ego, no culpando a todos sino reconociendo que nosotros mismo nuestro tropiezo en esta carrera. Esto nos da la capacidad de reconocer actitudes que debemos cambiar a lo que el Señor llamo “tomar la cruz” para abandonar esa vana manera de vivir, aunque cueste. Finalmente, la historia no queda ahí, cuando hacemos esto tenemos la capacidad de seguirle ¿A dónde? De regreso a la casa del Padre, pues el destino final del Señor no fue la cruz, sino la diestra del Padre, lleno de toda gloria. Ese es el destino que nos espera, si decidimos seguirle, y para ello debemos tomar nuestra cruz hoy, mañana y hasta que el vuelva, para que el nos perfecciones y afirme (1 Pedro 5:10). No te canses de seguirle, Él viene pronto, ¡Maranatha!