Jorge Drexler: “Siempre fui un mal vendedor de discos, pero sí soy un buen vendedor de entradas, y vivo de eso”

El 28 de enero de 2023 presenta su nuevo disco Tinta y Tiempo en el Wizink Center de Madrid. No pretende llenarlo, sino “conseguir convencerme a mí y al público de que la intimidad no depende de las dimensiones”. 
Jorge Drexler
El músico Jorge Drexler.Antón Goiri

El reguetonero Bad Bunny acaparaba este año las nominaciones de los Latin Grammys. Sin embargo, Jorge Drexler (Montevideo, 1964) aguó al puertorriqueño la fiesta de la música. En total, el cantautor uruguayo conquistó siete de los nueve gramófonos dorados a los que aspiraba en la gala anual de los premios, celebrada el pasado mes en Las Vegas. Como siempre que recibe un galardón, tomó el asunto con bastante humildad y emoción. “He logrado conseguir que estas cosas me sorprendan cada vez, algo de lo que estoy orgulloso. Creérselo es garantía de cosas muy graves. Con los premios, tengo la euforia del momento en que los ganas, y la tristeza y sensación de vacío del día siguiente, que es algo muy difícil de describir”, comenta Drexler, quien en 1994, recién licenciado como médico, tuvo ocasión de actuar como telonero de Joaquín Sabina en su Montevideo natal. Aquella misma noche, el jienense le invitó a ir de copas, y le acabó convenciendo de viajar a España para probar suerte allí. La apuesta era arriesgada pero resultó exitosa: el uruguayo tiene ya grabados 14 discos, atesora 14 premios Grammy y un Goya, logró el primer Oscar de Hollywood para una canción de habla no inglesa (Al otro lado del río), y actualmente vive tranquilo en Madrid con la familia que ha formado junto a su mujer (la actriz Leonor Watling) y sus tres hijos. Esta pasada primavera, tras varios años de sequía discográfica, publicó Tinta y tiempo, un álbum de diez canciones que refleja los distintos estados de ánimo que provocó en él la pandemia.

A finales de enero va a debutar en el Wizink Center. ¿Siente la presión de tener que llenarlo?
Yo ya sé que no voy a llenar el Wizink en su formato abierto, en ese formato que otros colegas míos sí llenan. Nunca nos planteamos ese aforo de 17.000 espectadores, y no lo hicimos por varias razones. La más importante es que aquí no tenemos ese nivel de convocatoria. En otros lados, sí. Yo ya he hecho este tipo de aforos en Argentina, Chile, Uruguay, Puerto Rico, México o Perú. En Latinoamérica trabajo en otras dimensiones, pero mi carrera evoluciona de una forma diferente en todos los países en los que trabajo. Aquí nos planteamos hacer un formato más chico, aunque tampoco sé cuánto, porque intento no estar pendiente de eso. Aprendí a no preguntar cuántos discos he vendido, porque siempre vendía muy poco, ni tampoco cuántas entradas llevamos vendidas, porque eso me genera mucha ansiedad a mí y genera mucha ansiedad en mi equipo. Siempre fui un mal vendedor de discos, y mis cifras de streaming tampoco pueden competir con las de los colegas con los que estuve en la terna de los Grammy Latinos, pero sí soy un buen vendedor de entradas, y vivo de eso, aunque sea a una escala pequeña. Cuando uno hace un cambio de formato y va a un lugar grande, los primeros conciertos pagan el pato de que la audiencia está acostumbrada a verte en un lugar más pequeño y desconfían de un sitio más grande. Mi gran desafío en el Wizink no está en llenarlo, sino en conseguir convencerme a mí y al público de que la intimidad no depende de las dimensiones. Generar una intimidad allí dentro no es fácil, pero creo que lo podemos hacer.

Dice que su último disco estuvo bien cerca de no existir. ¿Le golpeó fuerte la crisis compositiva?
Me golpearon fuerte varias cosas. Primero, la crisis compositiva que tiene que ver con el paso del tiempo, con llevar ya treinta años haciendo lo mismo. Se produce un desgaste y, además, la motivación es como la masa muscular, que se empieza a perder en un determinado momento de la vida. Por suerte, no soy un deportista olímpico y, en mi caso, esa energía se va perdiendo poquito a poco. Puedes estar en la flor de tu trabajo pasados los cuarenta y los cincuenta sin ningún problema. Siento que estoy en un muy buen momento, pero cada vez es más difícil, porque ya has escrito muchas canciones y has ocupado muchos espacios temáticos. En segundo lugar, había cambiado de equipo de trabajo. Ahora estoy con una discográfica nueva, y yo creo en el trabajo en equipo y me siento responsable de mi equipo. Tenía ganas de demostrarles a ellos y demostrarme a mí que habían elegido bien. Tenía la presión de hacer un disco bonito. La tercera cosa fue la pandemia, que a mí me pegó mucho. Toda esa parte de la composición que es social, y no me refiero a la parte de escritura, porque ahí estás solo, sino a todas las experiencias de tu alrededor que llevas luego a la mesa de escritura. Hablo de esas experiencias que te hacen conocer nuevos artistas, nuevos estilos de música, nuevos desafíos, nuevos personajes, etc. Todo eso se pierde, y yo no quería escribir sobre la cuestión que el mundo pone sobre tu mesa, que es la pandemia, algo buenísimo sobre lo que escribir porque no deja de ser una tragedia mundial. Empecé escribiendo sobre eso, tengo muchas canciones pandémicas que hablan del bajón, de las pantallas y de ciencia versus superstición. Pero me di cuenta de que no quería llevar todo eso al escenario cuando la pandemia terminara. Me costó mucho terminar las canciones, pero intenté escribir más sobre las cosas que echamos en falta que de la angustia real.

Jorge Drexler, con traje de Oteyza. Estilismo: Hell.

Antón Goiri

Alguna vez ha dicho que creció en un ambiente en el que el baile estaba muy mal visto…
Sí. Me crié en la dictadura uruguaya, en el seno de una familia de profesionales de centroizquierda. Mi familia estaba en la acera de la resistencia a la dictadura. La mitad de mi familia estuvo exiliada fuera del país, sin poder volver y con amigos y conocidos presos y destituidos. En ese contexto, la dictadura no fomentaba la expresión corporal, pero yo me crié en una casa en la que tampoco estaba bien visto bailar. La gente en el país, equivocadamente, tenía la sensación de que había otras tragedias más importantes a las que enfrentarse, y otra manera de resistir a una dictadura. No hay mejor manera de resistirse a una dictadura que bailando y soltándote. Mira si no el caso de Irán.

¿Cree que le ha servido de algo lo que le enseñaron en la universidad?
Sí. Durante mucho tiempo pensé que no, que había perdido el tiempo. Hoy día, basta con escarbar un poquito en los discos, con entrar un poco en los mundos del texto, para darse cuenta de que aquello que era un lastre se volvió una herramienta. Es muy bonito poder usar la biología, que es una lupa buenísima para ver el mundo.

Sus primeros discos en España resultaron un fracaso comercial rotundo…
Y los últimos también [interrumpe entre risas].

¿Qué pasaba por su cabeza cuando sus amigos le preguntaban para qué tenía una carrera solista?
Fue un periodo muy feliz de mi vida. Que fuera un fracaso en términos de industria discográfica no significa que fuera un fracaso vital para mí. Me sentía muy orgulloso. Había tomado una decisión vocacional arriesgada, incluso temeraria, porque había dejado una vida muy resuelta y encaminada en Montevideo, dejando afectos atrás, para venirme aquí a compartir piso con unos uruguayos al principio. Luego, alquilé una casita en la sierra, porque eso era lo que podíamos pagar mi mujer y yo. Pero podía mantener a mi familia y me había comprado un coche de tercera mano que tenía 400.000 kilómetros cuando lo compré. Recuerdo que cobré un adelanto de derechos de autor que en ese momento me pareció una locura y me permitió poder quedarme aquí en España. Estaba feliz, porque tenía un contrato discográfico y sacaba discos, aunque se vendieran horriblemente mal. Mi primer disco vendió 33 copias y salió en casete. Aunque algunos consideraban que vender 3.000 copias era un fracaso, para mí eso suponía vender cien veces lo que había vendido con el primero. Lo que yo no tenía en cuenta es que, en esa época, la gente vendía en España 300.000 copias con bastante facilidad. Hoy, todo el mundo sabe que vender 3.000 copias te permite vivir de la música, porque tienes un bolito en Bilbao, al que igual van sesenta personas, y luego otro en Murcia, al que lo mismo van setenta. Si tienes pocos gastos y te lo montas bien, puedes ir con tu guitarra para arriba y para abajo y tener unos ingresos. Además, yo entonces tenía derechos de autor, porque escribía para Víctor Manuel, Ana Belén, Ketama, Pablo Milanés, etc. Mi calidad de vida era excelente, pero nunca me puse en una posición de víctima. Nunca me gustó quejarme. Siempre preferí cambiar aquello que no me gustaba en vez de mirar a esos a los que les iba mejor. Creo que nunca fui una persona envidiosa y eso es algo que me sigue haciendo muy feliz hoy día. Me crié en un país sin ninguna expectativa, donde la gente pasaba un año preparando un show para presentarlo una vez, y además perdía dinero con ese show. Tener una carrera solista implicaba para mí dejar una huella, y eso es lo que me interesaba. Quería generar un cuerpo de canciones, verlo crecer y desarrollarse artística y humanamente, y tratar cada vez de escribir mejores canciones.

Dice que empezó a vivir de la música a los 30 años y que le empezó a ir bien a los 40. ¿Se compone mejor con la economía boyante?
La pregunta es muy buena, pero no puedo darte una respuesta. Ni se compone mejor con la economía boyante ni se compone mejor pasando hambre. Ojalá hubiera una receta tan clara como asociar tu situación económica con tu capacidad compositiva, pero no la hay [risas].

Dice que no cree en los consejos, ni para darlos ni para recibirlos. ¿Es de los que deja que sus hijos se equivoquen?
Sí, absolutamente. Igual que mi padre me dejó equivocarme y mi abuelo lo dejó equivocarse. Todos tomamos decisiones personales. Aun así, tú siempre intentas evitar que se equivoquen gravemente. No doy ni recibo consejos porque me parece que la experiencia propia es insustituible, por mucho que puedes hablar y llenar hojas de consejos de todo. Si te gusta hacer eso, hazlo, pero es algo que no va a cambiar el rumbo de las cosas.

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