La asistente personal de Camilo Sesto le recuerda: "Cuando lo veía decaído le preparaba un chocolate caliente"

Desayunaban juntos, le cosía los chalecos de las giras y pasaba con él Nochebuena y Navidad. Raquel Greciano, asistente personal los últimos doce años de vida de Camilo Sesto, recuerda al artista para Vanity Fair.

Camilo Sesto y Raquel Greciano, su asistente personal.

Cortesía de RG.

Conocí a Camilo a través de un amigo común a finales de 2007. La persona que se hacía cargo de él se había marchado y mi amigo pensó que yo podría encajar en ese puesto. Básicamente necesitaban a alguien que se ocupara de él. Que le hiciera el café, le preparara la ropa, le contestara los mails o le comprara un bote de su colonia favorita cuando se le terminara, Loewe. En principio iba a estar solo un par de meses pero terminé quedándome 12 años.

Cuando llamé a su puerta me abrió él mismo. Llevaba una gorra roja, unas gafas de sol y una coleta. No lo reconocí. Estuvimos un rato largo hablando de mis funciones y cuando terminamos, se quitó la gorra y me dijo: "¿No sabes quién soy?". Tuvimos química desde el primer momento.

Enseguida me permitió cosas que no le había permitido a nadie. Todas las mañanas, cuando llegaba la hora del café, él se venía conmigo a la cocina y desayunábamos juntos. El resto de empleados alucinaban: 'Esto no lo ha hecho nunca'. Esos desayunos podían durar horas. Entonces él me contaba sus batallitas. Tenía mucha chispa. Cuando Raphael sacó disco recordaba que de jóvenes se habían picado por ver quién vendía más: "Gané yo", me aseguraba peleón. Cuando lo entrevistó Julio Iglesias, Camilo le pidió que lo imitara. Pero Julio no pudo. Donde llegaba Camilo con la voz no llegaba nadie. Ni en los graves ni en los agudos. Cuando le veía decaído –porque era muy depresivo– , le preparaba un chocolate caliente y un croissant con mantequilla y mermelada y merendábamos juntos. Él me llamaba Raqui; yo le decía 'mi joya'.

Si había que ir al médico, íbamos los dos. Al juzgado, también. Si le invitaban a una cena, yo le acompañaba y se venía mi marido. Llegó un momento que no iba a ningún lado sin mí. Si por lo que fuera un día yo no podía ir a trabajar, al día siguiente le notaba enfadado. Al segundo año de trabajar con él ya se vino a cenar conmigo y mi familia en Nochebuena y en Navidad. No quería que se quedara solo. Era muy afable y tranquilo, y con nosotros se sentía en familia. Con mi hijo, mis hermanos y mis sobrinos era Camilo Blanes. Uno más.

La primera vez que descubrí la dimensión que tenía Camilo Sesto fue en 2014, cuando viajé con él al extranjero. Volamos a Carolina del Norte para una entrega de premios. En España la gente lo ve en el dentista, se da un codazo y dice: 'Mira, Camilo'. Pero allí nos sacaban de los aeropuertos protegidos, con guardia nacional delante y detrás. Camilo en Estados Unidos sigue siendo un ídolo.

Yo le había visto en concierto en el Palacio de los Deportes. Pero el choque fue ver la diferencia entre España y América. El primer concierto fue en Chile, en 2014. 22.000 personas. Yo no había vivido nunca lo que viví ahí. Salió al escenario y se cayó el mundo. Impresionante. De principio a fin. Yo pensaba: '¡Pero si no vienen a escucharle, vienen a cantar con él!'. Desde la primera hasta la última. Se las saben todas. Tenían que poner una barrera de gente porque era peligroso. Él siempre me lo negó pero yo creo que tenía pánico escénico. El último cuarto de hora antes de salir a escena nos quedábamos solos en el camerino. No entraba nadie. Se ponía malo. Le temblaban las manos… Pero cuando se abrían las cortinas se comía el escenario.

© Raquel Greciano

Recuerdo cuanto actuó en Luna Park 20 años después de su última vez. Dormíamos en dos suites juntas comunicadas por una puerta. Vino a las tres de la mañana y me dijo: "Raqui, estoy pensando que quiero confeti blanco y azul. Y que lo tiren en el cuarto acorde de Tarde o temprano. Era el himno de Camilo para los argentinos. También me pidió que le cosiera dos banderas argentinas a los brazos de la chaqueta, para que cuando los abriera se desplegaran inmensas. El Luna Park se caía. Porque esa es otra. Yo le cosía los chalecos de las giras. Toda la ropa de actuar es mía. Él me decía "quiero un chaleco rojo, otro dorado y otro negro". Y yo le buscaba las telas y se los hacía. Abierto y sin botones.

Si le querías ver cabreado, que no sonara bien el equipo. Por los fans lo daba todo. En Medellín salió con 39 de fiebre. Se había comprometido. Eso sí, cuando dice adiós, se va. Nada de bises. El coche entraba justo hasta las escaleras, yo le esperaba dentro con una toalla, le arropaba y nos íbamos al hotel. El público ni se enteraba. Cuando llegaba a su habitación se tomaba un cafetito con leche y una botella de agua. Se relaja un poquito. Y se daba una ducha. Nunca le he visto beber alcohol. Lo único un Bloody Mary cuando viajaba en avión.

Siempre lo he dicho: Camilo era un artista muy grande pero era más grande como persona. Me quedo con los cafés del desayuno, los croissants con mermelada, con sus peticiones locas a las tres de la mañana y con Camilo saliendo tembloroso al escenario y comiéndose el mundo. Descansa en paz mi joya.