¿Por qué 'El mago de Oz' es la película más influyente de la historia?

Un estudio de la Universidad de Turín así lo ha dictaminado a través de un algoritmo. Aquí desgranamos algunas de sus referencias más citadas.
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Ciencia. Eso es lo que han utilizado un grupo de investigadores de la Universidad de Turín para dilucidar algo a priori tan poco objetivo como cuál es la película más influyente de la historia. ¿Las seleccionadas? 47.266 películas del listado de la IMDB, limitadas a norteamericanas y europeas. ¿El método? Un complejo algoritmo que emplea las referencias de películas dentro de otras como medida del éxito. ¿El resultado? El mago de Oz es la película más influyente de la historia.

El muy extenso estudio publicado en Applied Network Science, que puede consultarse aquí, no se limita solo a películas, sino también a carreras de directores, actores y actrices. Las fórmulas matemáticas y gráficos que explican la importancia de los filmes bajo esa perspectiva –la de las obras posteriores que la referencian- parece funcionar bien en el caso de las películas: a El mago de Oz le siguen Star Wars, Psicosis, King Kong y 2001: Una odisea del espacio, películas tan revolucionarias y rompedoras que los ecos explícitos o sutiles en sus seguidoras siguen resonando todavía hoy.

El método científico resulta un poco más sospechoso cuando irrumpe el factor humano: los directores más influyentes se deciden por cada vez que otro director le menciona, homenajea o referencia. ¿Qué ocurre aquí? Que los cinco directores que tuvo El mago de Oz aparecen en el top 10. Dos de ellos son tan famosos –y autores de obras notables– como George Cukor o Victor Fleming, que lideran la clasificación, pero los otros –King Vidor y, ejem, Mervyn LeRoy y Norman Taurog– harán alzar las cejas del cinéfilo experto y del aficionado. Hitchcock solo aparece en el tercer puesto, Spielberg en el quinto y Kubrick en el sexto. Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, directores de la primera King Kong, figuran por encima de Billy Wilder u Orson Welles. Ajá.

Este resultado es tan regulero que los expertos de la Universidad de Turín crean un segundo método, por puntos, a priori más equitativo. En esta ocasión Hitchcock, Spielberg y Brian de Palma conforman el pódium de directores más influyentes, y en la lista no figuran nombres desconocidos incluso para el cinéfilo avezado. Tim Burton, John Landis y Robert Rodríguez cierran el top 20, algo que podrá ojiplatar a algunos, pero la ciencia ha hablado, y contra la ciencia no se puede discutir. Claro que eso se tambalea cuando llegamos al siguiente punto del estudio, el de los actores y actrices.

Los tres más influyentes serían Samuel L. Jackson, Clint Eastwood y Tom Cruise. Si esta conclusión ya es un poco dudosa, la traca final viene cuando encontramos que la actriz más influyente, y única mujer en el top 10 de intérpretes, es Lois Maxwell, conocida por encarnar a Moneypenny en las primeras películas de James Bond. El ranking de actrices es el que más se tambalea de todos, con Carrie Fisher en el segundo puesto, Maureen O'Sullivan en el tercero y nombres casi desconocidos para el público como Lin Shaye (saga Insidious, Algo pasa con Mary) en el sexto y Beth Grant (Donnie Darko, Speed) en el décimo. Como el mismo director del estudio, Livio Bioglio, aclara, la brecha de género solo se nivela en las películas musicales y en el cine sueco, donde la presencia femenina en las películas mejor valoradas es mayor.

Si, como hemos visto, las conclusiones del estudio científico se tambalean en cuanto comenzamos a analizarlas de cerca, puede que se deba a que el cine, el arte en general, no obedece a algoritmos mesurables y cuantificables. La carrera de un artista y su influencia en otros es imposible de calibrar, porque habría tantos resultados como opiniones en el mundo. Nos aferramos a este tipo de estudios y de métodos en apariencia objetivos porque necesitamos certezas y nos gusta pensar, durante un momento, que algo tan volátil y subjetivo como el cine puede obedecer a reglas inmutables, que puede existir un canon, una frase sin peros, un imperativo mayestático, un “las películas que no puedes morir sin ver”, en vez de crear nosotros nuestro particular, único, erróneo y personalísimo ranking personal.

Si jugamos a ese juego y valoramos lo que tomaron los que confeccionaron el estudio en primer lugar, eso de “película más referenciada”, difícilmente podremos ponerle alguna pega al resultado de El mago de Oz como película más influyente. Ya hace años la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos –país que no inventó el cine pero sí le dio la forma que hoy todos conocemos– lo declaró el film más visto de la historia. Su popularidad permanece incólume hoy, por numerosas razones:

–Fue una de las primeras películas en color y demostró que los avances tecnológicos no solo suponían una demostración de pericia, sino que adquirían su verdadero significado si se fundían con la trama. El mago de Oz nos presenta un mundo sepia que se transforma en un universo en technicolor –y qué colores, verde esmeralda, rojo rubí, amarillo color baldosa amarilla– que representa la riqueza, imaginación y libertad que no existen en el mundo “real” del principio de la película. Por no hablar de los efectos especiales revolucionarios para su época, que estuvieron a punto de desgraciar a Margaret Hamilton en una de sus apariciones entre fuego y azufre. La influencia de esa fusión bien imbricada entre historia y tecnología es patente en obras rompetaquillas de los últimos años como Avatar.

Su retrato del viaje del héroe –heroína en este caso– y los roles arquetípicos que encarnan los personajes, ya presentes en la novela en la que se basa, han marcado un camino hacia las obras de fantasía que han sustentado la industria durante décadas. Esa misma visión puede verse en la trilogía El señor de los anillos de forma clara.

–Contiene una plétora de frases de entre las más citadas y parodiadas de la historia del cine: “Totó, ya no estamos en Kansas”, con el sentido de encontrarse de pronto en una situación incómoda o un ambiente poco favorable, se repite en Matrix, en Avatar, en Cariño he encogido a los niños o en La pequeña tienda de los horrores. El “I'm melting!” (“me derrito” en el doblaje) de la bruja mala del Oeste suena en Shreck 2, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? o en Batman . “No hay lugar como el hogar” da título a infinidad de capítulos televisivos (Buffy la Cazavampiros, Perdidos o Los Simpson), se escucha en boca de Woody en Toy Story, en la película de Sexo en Nueva York y también en el documental En la cama con Madonna. Incluso la canción “Ding Dong, la bruja ha muerto” revivió una inesperada popularidad cuando a la muerte de Margaret Thatcher un montón de británicos decidieron que era una gran oportunidad para volver a escucharla. Desde esta óptica, su puesto de película más referenciada por otras películas es incuestionable.

Los chapines de rubíes de Dorothy (o, siendo consecuentes con llamar “chapines” a los slippers, Dorita) son un símbolo de belleza, magia y escapismo, de la fuerza de la imaginación para huir de una realidad gris y deprimente, y a la vez, tienen el poder de llevarte de nuevo a casa chocando los talones tres veces. Aparecían en el plano final de El laberinto del fauno y se citaban en capítulos de Ley y orden, Fringe, Anatomía de Grey, Life on Mars o Queer as folk. Los auténticos zapatos usados en el rodaje se guardan en el Smithsonian, el museo de historia de Estados Unidos por excelencia, donde en la segunda entrega de Noche en el museo tenían su momento de protagonismo.

El camino de baldosas amarillas. El “yellow brick road” que tenía que seguir Dorothy es uno de los elementos más fuertes de la obra que han quedado fijados en el imaginario popular. Además de aparecer en multitud de capítulos de series de televisión y otras películas, dio nombre a uno de los más emblemáticos discos de Elton John, y aparece en canciones de **Lady Gaga, Muse o Eminem. **

–La metáfora llena de implicaciones del mago tras la cortina, una suerte del emperador va desnudo, es aplicable a mil realidades de nuestra vida, y se emplea muy a menudo en política y sociología, sobre todo en el ámbito americano –y sobre todo referida al presidente actual-. La propia frase de “El mago tras la cortina” ha dado nombre a capítulos de Nikita o Perdidos, y se citaba en el capítulo final de Seinfeld.

–Autores como Salman Rushdie o Alan Moore han hecho una relectura de sus temas en clave adulta. Rushdie señala que la película contiene el mensaje de que el poder masculino es una ilusión; el verdadero poder reside en las mujeres, representado por las hadas y las brujas, que son las únicas que pueden hacer magia real en el país de Oz. Alan Moore en Lost Girls convirtió El Mago de Oz en una fábula perversa sobre incesto y despertar sexual, en el que Dorothy acumula amantes –un cabeza de chorlito, un hombre de corazón frío, un bravucón cobarde en el fondo– hasta enfrentarse a sus deseos más ocultos y concluir que solo se necesita a sí misma.

El mago de Oz nos ha dejado la fuerza inmortal de Over the rainbow, una de las canciones más populares de la historia del cine y de la música popular en general. Tema emblemático indisolublemente unido a Judy Garland –pese a la popularidad de muchas otras versiones, como la del hawaiano Israel Kamakawiwo'ole–, su mensaje sencillo y efectivo hace que cualquier alma atribulada pueda sentir que el tema le está interpelando y dando esperanza. Sobre todo si pertenece al siguiente punto.

–Su carácter de símbolo de la comunidad LGTBI permanece inmutable década tras década. La película se lee como una alegoría de ser gay en occidente, con una realidad gris y opresiva de la que escapar para trasladarse a un mundo de relumbrante espumillón. De Kansas a la Ciudad Esmeralda, a veces literalmente. La idea de “el hombre tras la cortina” y la frase de Glinda la bruja buena “Come out, come out, wherever you are” resonaban con otro significado en los oídos de las personas que tenían que ocultar su orientación sexual por su propia seguridad. La comunidad gay acogió el concepto con entusiasmo especialmente en las décadas de los 50 y 60, con su despertar en la conciencia pública, y el término “amigo de Dorothy” supuso una forma encubierta de decir hombre homosexual. Aunque el creador de la bandera del arcoíris no reconoce la inspiración de Over the rainbow para su creación, la asociación funciona con fuerza en la cabeza de buena parte de los que la enarbolan.

Unida al tema musical y a la figura de la propia Judy Garland –himnos nacionales gays en sí mismos–, El mago de Oz conforma un código durante muchos años secreto en el que las personas abandonadas y rechazadas por la sociedad podían entenderse y sentirse, como Dorothy, en casa.