30 años y 9 semanas y media después

El clásico del erotismo protagonizado por Kim Basinger y Mickey Rourke se atrevió a hablar de la sumisión y el poder en las relaciones hace ahora 30 años.

Mickey Rourke y Kim Basinger en un fotograma de la película.

© Cordon Press

Su asombrosa capacidad para crear escenas icónicas hizo que su valor trascendiese lo cinematográfico para convertirse en parte de la cultura popular. La escena del striptease de Elizabeth, por ejemplo, ha convertido You can leave your hat on, de Joe Cocker, en un standard para despedidas de soltera.

El 17 de abril de 2009 se estrenó Los confidentes en el ArcLight Theatre de Los Ángeles. La mayoría de invitados en la alfombra roja eran los jóvenes y desconocidos actores del reparto. No prometía ser una premiere demasiado relevante hasta que, de repente, apareció Mickey Rourke con una llamativa americana amarilla. Y, caminando hacia él, ** Kim Basinger** con un traje negro que evidenciaba lo bien que la habían tratado los cirujanos y los genes.

Los fotógrafos entraron en éxtasis. “¡Kim, Mickey, aquí!”, chillaban. Pero la pareja no dejaba de intercambiar secretos al oído. Cogidos de la mano, tardaron casi un minuto en mirar a los fotógrafos. Ambos aparecen en la película, pero no comparten en ella ningún plano. Por eso los dos minutos que posaron ante los flashes eran carne de portada. Era la primera vez que se les veía juntos en 23 años. Casi un milagro. Pero para entenderlo hay que hablar de otro milagro que se produjo delante de otro cine, a miles de kilómetros de allí, en 1986.

Ni Basinger ni Rourke estaban presentes en aquella ocasión, sino Patricia Knopp, que actualmente es pintora, decoradora, escultora y diseñadora de joyas. Una de esas personalidades que tiene anécdotas para aburrir en cualquier fiesta de Hollywood. En los ochenta trabajó como guionista para proyectos independientes en Los Ángeles y Nueva York. En febrero de 1986 se encontraba en Florencia preparando uno de ellos cuando una fila de gente que doblaba la esquina llamó su atención. “Debe de estar el Papa en la ciudad”, le dijo a sus acompañantes. Y guiada por la curiosidad se dirigió hacia el tumulto.

En la cola no había católicos practicantes sino, probablemente, ateos bastante pícaros esperando para ver una película norteamericana que llamaba la atención desde su cartel. En él, una pareja se besaba en una erótica escena de colores saturados hasta parecer quemados por el sol. Patricia no se lo podía creer. Se acercó a la cabina más cercana, llamó a su marido, el guionista y productor Zalman King, y le dijo: “Levántate de la cama y ven a Italia. ¡Parece que aquí está funcionando!”.

Nueve semanas y media, la película que habían escrito y había resultado ser un fracaso financiero y de crítica meses antes en su país de origen, estaba atrayendo a hordas de florentinos al cine. El ejemplo se repitió en el resto de Italia y por toda Europa. “La audiencia americana tardó en apreciar lo que hicimos”, recuerda hoy Zalman King, que también produjo la película. “Aquí la gente tiene miedo a cierto tipo de romances”.

En el resto del mundo nadie parecía asustarse de Nueve semanas y media. Más bien, todo lo contrario. Las palabras de King descolocan porque, a priori, el público norteamericano no debería rechazar una historia de amor entre dos adultos heterosexuales, especialmente si llega envuelta en una estética impoluta y palpita gracias a una banda sonora repleta de éxitos de Joe Cocker, Eurythmics y Bryan Ferry.

Pero aquí el esquema chico-conoce-chica se convertía en chico-somete-chica. Olviden las cenas a la luz de las velas. Elizabeth, galerista divorciada que lleva una existencia casi monacal, conoce a John, un misterioso yuppie que la somete a un juego de esclavitud moderna en un Nueva York flamante y lóbrego. Pero en 1986 Estados Unidos no estaba por la labor de seguir ese mismo juego.

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Los actores más taquilleros eran Sylvester Stallone, Eddie Murphy, Clint Eastwood y Michael J. Fox. Y ninguno de ellos hubiese encajado en el papel protagonista. En taquilla arrasaba Top Gun, gráfico del liberalismo económico de Ronald Reagan dibujado con las estelas de un par de aviones de combate. Los grandes estudios tenían miedo de este guión, que King se pasó cinco años intentando vender. “No creo que la polémica se debiese a su contenido erótico, porque apenas se ve carne. ¡La volví a ver hace cuatro años y, de hecho, no se muestra casi nada!”, exclama. No hay desnudos, pero es lo de menos. Elementos puntuales como ** una bofetada en pleno coito o el incómodo paseo de Elizabeth a gatas tras un fajo de billetes hicieron que cuatro minutos fuesen censurados en EE UU** (aquellos florentinos que hacían cola ante la mirada de Patricia, por el contrario, sí pudieron verlos) .

Seguramente, de haber sido fiel al relato autobiográfico escrito por Elizabeth McNeil en el que se inspira, la película no habría llegado a producirse nunca. Si bien en el filme un bofetón supone el culmen del sometimiento de Elizabeth ante John, en la novela se habla de cardenales, médicos y cuerdas.

McNeil fue una ejecutiva que vivió y trabajó en Manhattan. Al menos eso es lo que se puede leer en la solapa de cualquier edición de su novela homónima, publicada en 1978, y es casi todo lo que se sabe de ella. Zalman King compró los derechos con un amigo, pero nunca llegó a conocerla. (Actualización: en 2012 se reveló que la verdadera identidad de McNeil era Ingeborn Day, escritora de origen alemán que trabajó como periodista para revistas femeninas en los setenta y se suicidó en 2011 a los setenta años tras luchar con una larga enfermedad) .

“Creo que falleció. Me contaron que en su día le ocurrió algo y que fue ingresada en un centro psiquiátrico. Elizabeth no acababa demasiado bien en la novela y esa es una de las primeras cosas que Patricia y yo quisimos cambiar. Hicimos que, en la película, nuestra Elizabeth reuniese el valor suficiente como para huir de aquello y seguir adelante con su vida ”. En un giro de los acontecimientos en los que la vida imita al arte, fue la propia actriz protagonista quien casi no lo pudo superar.

Kim Basinger consiguió un papel por el que estaban luchando Kathleen Turner, Teri Garr e Isabella Rossellini. El elegido para dirigir el proyecto fue Adrian Lyne, director inglés llegado de la publicidad que tenía dos películas a sus espaldas. La última, Flashdance, había sido un éxito de taquilla gracias a unos espectaculares números coreográficos interrumpidos por breves y básicas líneas de diálogo que conformaban, más o menos, una trama. Lyne apostó por Kim para ponerse en el papel de Elizabeth. “No podría haberlo hecho cualquier actriz. Es como una niña. Es inocente, ahí radica su encanto. Es una actriz muy instintiva”, explicó Lyne a la prensa entonces.

Zalman King la conocía porque tres años antes había participado en el guión de Nunca digas nunca jamás, donde ella era chica Bond, y no estaba tan seguro de fuese la apropiada. Magaret Whitton, que en la película interpreta a Molly, la fiel amiga de Elizabeth y voz de su conciencia, recuerda hoy que le resultó muy difícil conectar con ella. Para conocer a su compañera antes de empezar el rodaje, propuso a Basinger ir a ver Rockaby, monólogo femenino escrito por Samuel Beckett que por aquel entonces interpretaba la actriz Billie Whitelaw en el off Broadway.

Basinger rechazó la propuesta. En su lugar, prefirió que se conociesen durante un almuerzo. “Me contó que estaba muy unida a su hermana Ashley”, me cuenta Whitton, “pero me dio la sensación de que no tenía demasiadas amigas. Quise ser lo más agradable posible con ella. Me pareció que era tímida e insegura. Se pasó todo el rodaje en una posición muy vulnerable. Le obligaban a repetir eternamente sus tomas. Además íbamos fuera de plazo, así que los del seguro no dejaban de presionar a Adrian, obligándole a arrancar páginas del guión. ¡Mi gran discurso! ¡Mi escena favorita!”.

Lyne prohibió que Kim y Mickey se conociesen antes de comenzar el rodaje o se viesen fuera de sus escenas juntos. “Necesitaba que ella sintiese miedo de él”, aclaró el director durante la promoción del film. “Si hubiesen quedado para tomar un café, habríamos perdido esa sensación”. A menudo Lyne daba instrucciones exclusivamente a Rourke y dejaba a Basinger sin directrices, haciendo que pareciese confusa y asustada.

Durante una escena en la que los amantes pactan un suicidio (que no se incluyó en el montaje final) , Elizabeth debía aparecer totalmente devastada. “Sin embargo”, contó Lyne, “tenía un aspecto lozano y adorable. Así que le dije a Mickey que la escena no funcionaba”. Cuando el actor volvió a entrar en el set, la agarró del brazo y apretó muy fuerte, sin soltarla. Ella comenzó a llorar y gritar y golpeó a Rourke, que como respuesta le dio una bofetada. Basinger sollozaba ahora con histeria. Adrian Lyne gritó “¡Acción!” en ese instante.

“Esto no fue el resultado de una sádica alianza entre Mickey y yo”, justificó Lyne, “sino algo que Kim sabía que podía ayudarla. No era agradable, pero fue útil”. Basinger, a su modo, estuvo de acuerdo. “Sabía que si hacía esto me haría más fuerte y más sabia. Me sentí humillada y a disgusto. Todo aquello iba contra mis principios. Pero cuando vas contra tus principios surgen unas emociones que no sabías que tenías”, contó al The New York Times durante la promoción de la película.

Margaret Whitton estaba al margen de este macabro juego, pero notaba el ambiente enrarecido. “Se rumoreaba que Mickey, alentado por Adrian, se había pasado un poco con Kim. No se puede guardar un secreto en un rodaje”, recuerda. “Ella no estaba cuando tenía que decir sus frases fuera de cámara para darle el pie. Él prefería a cualquier otro. Muchas veces decía sus frases el director de fotografía, el supervisor de guión o yo misma. Mickey tenía una extraña forma de resultar encantador. Cuando leía las líneas de Kim para él, me enviaba botellas de champán para agradecérmelo”. La prensa se haría eco, tras el éxito de la película en Europa, de los desencuentros entre sus dos estrellas protagonistas publicando todo tipo de rumores. Uno de ellos hacía alusión a la falta de higiene de su estrella masculina, de la que su compañera se quejaba continuamente de que olía mal.

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Preguntado al respecto, Zalman King ríe. “¡Probablemente es cierto! Mira, vestimos a Mickey con unos trajes increíbles y lo iluminamos con una luz encantadora. Pero Mickey es Mickey, un tipo duro”. El propio Rourke explicaría años después en una entrevista que, durante esa época, “empezó a hablarse de mi imagen de guapo y sexy, algo que yo no soportaba. Nunca me vi así e intenté huir de ello como un reguero de pólvora. No sé por qué”.

Había un millar de personas en el cine durante el pase de la película previo a su estreno. Unas setecientas habían abandonado sus asientos aproximadamente a la mitad. Los críticos sí se quedaron a verla, pero seguramente sus responsables hubiesen preferido que abandonasen el cine también. Leonard Maltin, tal vez el más popular de EE UU, la llamó “una película intrascendente y antierótica, por no decir degradante”.

Casi todos sus colegas estuvieron de acuerdo. Sin embargo, otro célebre crítico, Roger Ebert, dijo de ella: “Lo que hace fascinante a esta película no es que muestre a dos personas introduciéndose en una extraña relación sexual, sino que obliga a la protagonista a decidir por sí misma lo que está dispuesta o no a hacer. Al final, Nueve semanas y media crea una discusión no acerca de la liberación, sino de la responsabilidad sexual ”.

El éxito de la película en los cines europeos nunca se repitió en Estados Unidos, pero allí encontró una enorme rentabilidad en el circuito de venta y alquiler, como ocurriría posteriormente con otras películas polémicas y llamadas a convertirse en clásicos de culto, como El corazón del ángel, Terciopelo azul o Showgirls. Al igual que con todos los demás filmes de Adrian Lyne, la película fue una de esas que desde el principio perteneció a las audiencias, no a los críticos.

Su asombrosa capacidad para crear escenas icónicas hizo que su valor trascendiese lo cinematográfico para convertirse en parte de la cultura popular. La escena del striptease de Elizabeth, por ejemplo, ha convertido You can leave your hat on, de Joe Cocker, en un standard para despedidas de soltera. Y la comedia Hot shots alcanzó uno de sus mejores momentos cuando, parodiando la primera escena de sexo entre Elizabeth y John, Charlie Sheen fríe un huevo y dos tiras de bacon sobre el vientre de Valeria Golino.

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Adrian Lyne conseguiría la gloria y seis nominaciones a los Oscar con su siguiente película, Atracción fatal, y siguió explorando los demonios de parejas guapas y ricas en éxitos como Una proposición indecente o Infiel. Basinger y Rourke llevaron unas carreras irregulares, pero ella se resarciría en 1997 con un Oscar por L.A. Confidential y él en 2009 con una nominación por El luchador. “Me resulta curioso que la gente sólo le considere un buen actor ahora”, opina Zalman King.

Guionista y actor repitieron funciones en Orquídea salvaje, intento de explotar el esquema de Nueve semanas y media que fue vapuleado por la crítica pero supuso otro éxito en taquilla en 1989. Rourke apareció en Nueve semanas y media II. Amor en París en 1997, en la que Basinger se negó a participar. Fue editada directamente en vídeo y olvidada. Para entonces, a mediados de los noventa, el thriller erótico ya era veneno para la taquilla.

Los coitos con cabriola y voltereta no atraían a las masas. “La valentía sexual ha desaparecido absolutamente del cine comercial”, ensalza hoy el crítico Ebert. “Pero esta película aguanta el paso del tiempo y sigue siendo honesta, perspicaz y valiente”. ** En 2009 Kim escribió una carta a Mickey para felicitarle por su papel en El luchador.** Le dijo que siempre sentiría una conexión especial con él. Él contó que la carta le había hecho llorar de felicidad y le respondió con otro mensaje de gratitud. Después llegaría el encuentro ante los flashes aquella noche en Los Ángeles.

Los dos habían dejado atrás matrimonios desastrosos y coqueteos con las drogas y posaban reconciliados y triunfantes. Y eso, en la jerga de Hollywood, se llama happy ending.

© Getty Images

_*Artículo originalmente publicado en el número 37 de Vanity Fair. Recuerde que Vanity Fair está disponible también en versión digital para todo tipo de dispositivos. Infórmese aquí. _

**Zalman King falleció el 3 de febrero de 2012 en Santa Mónica. Roger Ebert falleció el 4 de abril de 2013 en Chicago.